Película que, en efecto, parece impulsada por las turbinas de un mecanismo infalible, como el biopic diseñado para elevar el orgullo nacional, más que por algo verdaderamente auténtico y vulnerable. Opta por la conveniente simplicidad del arquetipo.
Nicole Garcia, en su visión, opta por que los sentidos de su protagonista sean quienes guíen la narrativa, lo que resulta en una escritura altamente sensorial para su película.
Suaviza el extremo más dramático de la novela. Es un ejercicio aplicado, muy bien envuelto y con un McKellen redimiendo las insuficiencias del conjunto.
Se viene abajo, del todo, cuando abusa del sobresalto tosco de posproducción y del trauma de guardarropía pegado a unos personajes que son puro cliché forrado de telaraña.
George Clooney entrega una película más insuficiente e inocua que realmente mala sobre la Segunda Guerra Mundial sin la chispa, ni la ambición necesarias para que su propuesta ligera deje huella.
János Szász muestra una clara aversión hacia lo sentimental, que se ha convertido en un principio para los personajes. Sin embargo, no ha logrado evitar el riesgo de traicionar un tema tan delicado y literario, al caer en un exceso de academicismo.
Contiene interpretaciones de excepcional calidad, aunque se acerca demasiado a un estilo televisivo contemporáneo que, a pesar de ser interesante, aún necesita madurar para alcanzar el nivel del buen cine.
Un laberinto para perder el sentido. No es solo una película fantástica de increíble factura y rica en conceptos, sino que se erige como el mejor trabajo realizado hasta ahora por su director.
El director parece haber encontrado, casi por casualidad, algunas secuencias que realmente funcionan. Sin embargo, su enfoque en esta película se dirige principalmente a provocar sustos básicos de manera excesiva.
Washington ha tomado la legítima decisión de no ocultar los orígenes teatrales del texto, pero, en ocasiones, prevalece la impresión de que cada actor lleva las acotaciones pegadas a la solapa.
Se le pueden reprochar a 'Musarañas' algunos subrayados y pasos en falso, pero es un debut enérgico, capaz de modular con buen pulso la escalada hacia sus excesos finales.
La Bishop de Miranda Otto es un espectáculo que justifica la existencia de una película que, ante todo, brilla por esta interpretación. Menos surtida, pero sumamente eficaz —y, finalmente, conmovedora— es la composición de Glória Pires.
La pareja de actores y la habilidad del guión para mantener siempre la tensión narrativa son lo mejor de un conjunto que acaba resintiéndose por el cambio de tono abrupto en su último tercio.
Réquiem por la comedia (azconiana). el cineasta respeta demasiado la memoria del amigo perdido y el conjunto se resiente, convirtiéndose casi en el gesto nostálgico por una tensión (cómica) perdida.