El secreto de su encanto radica en su ejecución. Esta es una película infantil que mantiene el interés del adulto que la acompaña. Ofrece abundantes dosis de slapstick, así como también momentos de placer más sofisticados.
Un filme de artes marciales sin trampa ni cartón, aunque con una importante carga moral detrás. Un Mamet auténtico en el inicio, pero hacia el final, la lógica verbal que caracteriza a Mamet se detiene, dando paso a lo que podríamos llamar la lógica del jiu-jitsu.
Es secuela solo en su título. Aporta gravedad, grandilocuencia y un toque de irrealidad digital a una historia tan breve como la de su predecesora, pero pierde la espontaneidad que la caracterizaba.
No es solo una excelente película de ciencia-ficción: es uno de esos saltos evolutivos que, de tanto en tanto, propulsan al género hacia inéditos hiperespacios del espectáculo.
Reactiva la saga como secuela postraumática y demuestra un gran compromiso con la obra original, además de mostrar una profunda comprensión de los elementos clave del género.
Habrá quien se pregunte si Lowe ha querido hacer una comedia o una película de terror. La clasificación importa poco: lo realmente relevante es el modo en que su discurso pulveriza ideas recibidas sobre la maternidad.
Hacía mucho tiempo que Gerardo Herrero no afrontaba un proyecto tan aparatoso, pero el resultado -discutible e imperfecto- es lo más estimulante que ha dado su carrera en muchos años.
El camino hacia la esencia del placer Z se ritualiza a través de una digresión que, aunque parece vacía, resulta siempre relevante. 'Death Proof' tiene más de lo que aparenta. Tarantino, en esta ocasión, se muestra más vulnerable que nunca.
Exasperada excentricidad. Para enmascarar que su película es más convencional de lo que parece, Taylor añade una trama policial que tiene su clave en autores de la generación beat.
Revela oficio y logra plasmar, en sus primeros minutos, un verosímil estallido de violencia colectiva y visceral, pero peca de ingenuidad y recurre a la insistencia a la hora de formular su mensaje.
Wall·E es una obra maestra, un asombroso equilibrio donde se fusionan la perfección técnica, una poesía auténtica y una gran dosis de audacia. Es una película que se establece como perdurable, perfecta y universal.
Es a la vez relato de origen, lucha dinástica e inmersión en aguas artúricas, pero no logra desembarazarse de un claro sobrepeso kitsch característicamente DC.
Apuesta por una narrativa fragmentaria que quizás tenga su punto débil en las escenas, un tanto relamidas, que recrean la infancia de Piñeyro. Desgrana sus argumentos con fatalista frialdad y se revela estremecedora.
El verdadero punto fuerte de esta obra radica en la poderosa voz de esa tanguera y en el excepcional material de archivo. Sin embargo, las reconstrucciones danzadas de la vida de los amantes caen en un tono cursi, reminiscentes de un anuncio, y no logran hacer honor a la labor de los bailarines en su representación.
El principal problema es que se transparenta en exceso la fórmula. Sin embargo, es digno de reconocimiento cómo se recicla la feroz competencia profesional de los antagonistas en un efecto cómico.
La película logra capturar de manera auténtica las voces, los sueños, las complicidades y los rituales privados de un grupo de amigos. Mesa renuncia a caer en el tremendismo en su ópera prima, ofreciendo un debut enérgico.