La pareja de actores y la habilidad del guión para mantener siempre la tensión narrativa son lo mejor de un conjunto que acaba resintiéndose por el cambio de tono abrupto en su último tercio.
Réquiem por la comedia (azconiana). el cineasta respeta demasiado la memoria del amigo perdido y el conjunto se resiente, convirtiéndose casi en el gesto nostálgico por una tensión (cómica) perdida.
La elección de Casey Affleck es, sin duda, su mejor acierto. Es una exploración efectiva de lo oscuro, aunque con salidas de emergencia claramente marcadas.
Ejercicio de precisión, que acredita la presencia de un cineasta en pleno control de su lenguaje, capaz de imponer una poética inflexible sin sucumbir a la tentación del manierismo. No es una película fácil, pero sí un trabajo irreprochable.
Une en transparente armonía las dos direcciones posibles del arte animado: la invocación de lo imposible y la captura sutil de lo esencial, con especial atención por la elocuencia de lo minúsculo.
Sinopsis en movimiento que cuida algunos detalles para no darles uso. Al salir de la sala, la sensación es la de haber presenciado un drama familiar que, en teoría, aborda una tragedia colectiva.
Es la precuela de esa mediocre película y la remarcable sorpresa es que su responsable se haya tomado el trabajo mucho más en serio que su predecesor. No inventa nada, pero logra erigirse en sólida pesadilla para un buen Halloween.
Película luminosa y cargada de carisma, excéntrica mezcla de road movie y western errante con chamán en el punto de destino, a la que no le hubiese venido mal algún contrapunto amargo.
Obra de un autor en plenas facultades al que, no obstante, se le acaba yendo la mano en esa exaltación de su estilo y su lujuria por el salto sin red: el desenlace enfrenta al espectador a la violencia de ese territorio expresivo donde lo sublime y lo ridículo se funden en un todo.
Veiel traslada su rigor de documentalista a una construcción dramática sólida, que tiene excelentes aliados en sus actores principales y propone golpes de efecto inusuales.
La representación de las españolas está plagada de clichés, al igual que el retrato de las burguesas parisinas. Le Guay evidencia que entre Francia y España no solo hay una separación geográfica, sino también un profundo prejuicio cultural que persiste.
O'Haver articula esta pieza de 'true crime' a partir de las transcripciones del juicio real a Baniszewski, pero juega sucio en su clímax con una licencia que rompe el presunto rigor de su propuesta. Al final, la verdad de la película hay que buscarla en las intensas, incendiadas interpretaciones
El modo en que la cámara se desplaza entre personajes en los diálogos es claro indicio de que la escritura visual se pone al servicio de algo tan intangible como su corazón. El resultado es impresionante.
El imperativo de contentar a todo el mundo determina una ambigüedad en el discurso que se traduce en una nostalgia activista superficial. A pesar de ser una película ideológicamente vacía, se ejecuta con una competencia fútil.
Spielberg presenta otra obra destacada. El cineasta ha logrado una capacidad sorprendente para elegir la textura estilística adecuada para cada guion. En esta ocasión, logra ofrecer una película que es tanto verbosa como dinámica.
McGuigan ha firmado la película más emotiva, delicada y compleja de su carrera. Con sus arriesgados y elegantes saltos temporales, se presenta una clara declaración de principios en un trabajo donde el estilo resplandece y no oscurece.