Hacía mucho tiempo que Gerardo Herrero no afrontaba un proyecto tan aparatoso, pero el resultado -discutible e imperfecto- es lo más estimulante que ha dado su carrera en muchos años.
El director enriquece el conjunto enrareciendo atmósferas, capturando con entregada precisión ambientes y tipos. No es el mejor Tavernier, pero, por lo menos, su viaje no ha sido en balde.
El camino hacia la esencia del placer Z se ritualiza a través de una digresión que, aunque parece vacía, resulta siempre relevante. 'Death Proof' tiene más de lo que aparenta. Tarantino, en esta ocasión, se muestra más vulnerable que nunca.
Exasperada excentricidad. Para enmascarar que su película es más convencional de lo que parece, Taylor añade una trama policial que tiene su clave en autores de la generación beat.
Aspera y directa representación de la violencia: lo cierto es que no hay nada que el aficionado con memoria no haya visto antes (y probablemente mejor), lo que no quita que en McLean se apunte un marcado talento por el encuadre inquietante y el control de la atmósfera.
Revela oficio y logra plasmar, en sus primeros minutos, un verosímil estallido de violencia colectiva y visceral, pero peca de ingenuidad y recurre a la insistencia a la hora de formular su mensaje.
Si el primer Scott evocaba a Kubrick, esta película, con su gélida ortografía y composiciones dignas de un obsesivo miniaturista, parece estar dirigida por Hal 9000. Es una obra neuróticamente empeñada en mostrar más de lo que realmente es.
Wall·E es una obra maestra, un asombroso equilibrio donde se fusionan la perfección técnica, una poesía auténtica y una gran dosis de audacia. Es una película que se establece como perdurable, perfecta y universal.
Es a la vez relato de origen, lucha dinástica e inmersión en aguas artúricas, pero no logra desembarazarse de un claro sobrepeso kitsch característicamente DC.
Si, en el conjunto, hubiese habido un equilibrio similar entre el sentido de la aventura y las nuevas formas del blockbuster, aquí habría una película menos agotadora, menos dada a sabotearse a sí misma.
Apuesta por una narrativa fragmentaria que quizás tenga su punto débil en las escenas, un tanto relamidas, que recrean la infancia de Piñeyro. Desgrana sus argumentos con fatalista frialdad y se revela estremecedora.
El verdadero punto fuerte de esta obra radica en la poderosa voz de esa tanguera y en el excepcional material de archivo. Sin embargo, las reconstrucciones danzadas de la vida de los amantes caen en un tono cursi, reminiscentes de un anuncio, y no logran hacer honor a la labor de los bailarines en su representación.
El principal problema es que se transparenta en exceso la fórmula. Sin embargo, es digno de reconocimiento cómo se recicla la feroz competencia profesional de los antagonistas en un efecto cómico.
La película logra capturar de manera auténtica las voces, los sueños, las complicidades y los rituales privados de un grupo de amigos. Mesa renuncia a caer en el tremendismo en su ópera prima, ofreciendo un debut enérgico.
Inflamación pomposa de su modelo televisivo. quien sale peor parado de toda la operación es Antoine Fuqua, auto-convencido de ser el gran director que aquí no demuestra ser.