Las grabaciones caseras de la boxeadora son las que realmente elevan este documental, el cual, en torno a ese material, abusa del testimonio con imagen hablando y de la reiteración bienintencionada del discurso.
Parece una película venida de otro tiempo. En concreto, de ese tiempo en el que hablar de película española equivalía, en la mayoría de los casos, a hablar de las malas decisiones que se concentran en este trabajo.
Con una Cate Blanchett sinuosa como gata de Angora, la película muestra a un Roth que en ocasiones titubea como director de cine familiar. Sin embargo, la originalidad de la historia logra compensar las caídas de energía que se presentan de manera episódica.
Yonebayashi parece dispuesto a convertirse en el príncipe heredero de la poética de Miyazaki y quizá esta sea la película en la que más explícitamente ejerce de hijo de su padre artístico.
Una serie B en el mejor de los sentidos: la película de Sena es ágil en su manejo de gratificaciones epidérmicas, va directa al grano y culmina en clave excesiva.
Funciona más como un espectáculo de aventuras, con toques de irreverencia, que como una deconstrucción irónica de un género. Lo negativo es que podría haber sido mucho más divertida.
Tiempo al tiempo. Hay que volver a ella para descubrir los matices de su juego y sus múltiples lecturas. Lo mejor es iniciar la partida rindiéndose a su rara inteligencia.
Un caótico planteamiento de las escenas de acción que se hunde en lo indescifrable. Fuqua, pulverizando toda preocupación por la puesta en escena, sacrifica la legibilidad de su película en un clímax que es su losa.
Acaba abonándose a los registros más previsibles de la comedia de acción. Con secuencias de acción más funcionales que certeras y rutinaria mecánica de buddy movie.
Aunque el conjunto puede evocar nostalgia, es inevitable aceptar la realidad: películas como esta llenaban los videoclubes de los ochenta y no era un pecado evitarlas.
Juguete cómico despiadado, en el que cada réplica, cada recital de slapstick y decisión de casting hacen diana, al servicio de una purísima catarsis de hilaridad.
Ritchie deja en claro que no ha llegado al género de la fantasía épica para perder su esencia. Es una película que evoca la sensación de haberla visto antes, en numerosas ocasiones.
A pesar de contar con algunas virtudes, esta secuela resulta decepcionante para aquellos que nos emocionamos con la película original, que quizás no requería una continuación. Lo más destacado son las encrucijadas entre diferentes planos de realidad.
Proporciona el raro placer de ver a un autor en plenitud de facultades al que se le facilitan los medios de producción para levantar su sueño más laberíntico.
Es una película de dispositivo, cuya forma acoraza su concepto, pero que encarna una antipática dirección del último cine de autor que exilia algo fundamental en toda obra artística: la posibilidad de fracaso.
Gutiérrez combina hábilmente materiales y tonos diversos, logrando convertir este retrato de un americano atrapado en el aburrimiento en una sólida carta de presentación.
Película inagotable y mutante, capaz de trascender su aparente pesimismo en el fértil renacimiento de un cineasta inspirador, es un espectáculo ideal para sobreexcitar todas las zonas erógenas del espectador.