Travesura políticamente incorrecta en lugar de un ejercicio posmoderno al estilo tarantiniano, 'El infierno verde' emplea la amputación de miembros como un eco nostálgico de una época en la que el cine popular era menos preconciso.
Lástima que siga las pautas de una suerte de hipotético manual titulado Financial crackdown for dummies y que el cineasta sucumba a algunas de las metáforas visuales más ratoneras.
Que Gyllenhaal y Forest Whitaker abracen sus arquetipos como si fueran lo mejor de sus carreras refleja su profesionalismo, pero el resultado final es un tipo de aburrimiento absoluto.
Las grabaciones caseras de la boxeadora son las que realmente elevan este documental, el cual, en torno a ese material, abusa del testimonio con imagen hablando y de la reiteración bienintencionada del discurso.
Parece una película venida de otro tiempo. En concreto, de ese tiempo en el que hablar de película española equivalía, en la mayoría de los casos, a hablar de las malas decisiones que se concentran en este trabajo.
Con una Cate Blanchett sinuosa como gata de Angora, la película muestra a un Roth que en ocasiones titubea como director de cine familiar. Sin embargo, la originalidad de la historia logra compensar las caídas de energía que se presentan de manera episódica.
Yonebayashi parece dispuesto a convertirse en el príncipe heredero de la poética de Miyazaki y quizá esta sea la película en la que más explícitamente ejerce de hijo de su padre artístico.
Una serie B en el mejor de los sentidos: la película de Sena es ágil en su manejo de gratificaciones epidérmicas, va directa al grano y culmina en clave excesiva.
Funciona más como un espectáculo de aventuras, con toques de irreverencia, que como una deconstrucción irónica de un género. Lo negativo es que podría haber sido mucho más divertida.
Se integra con dignidad, pero sin brillantez, ni excesivo ímpetu cuestionador, en la línea vocacionalmente autorreflexiva de 'Scream' (1996) y 'The Final Girls' (2015).
Tiempo al tiempo. Hay que volver a ella para descubrir los matices de su juego y sus múltiples lecturas. Lo mejor es iniciar la partida rindiéndose a su rara inteligencia.
Un caótico planteamiento de las escenas de acción que se hunde en lo indescifrable. Fuqua, pulverizando toda preocupación por la puesta en escena, sacrifica la legibilidad de su película en un clímax que es su losa.
Acaba abonándose a los registros más previsibles de la comedia de acción. Con secuencias de acción más funcionales que certeras y rutinaria mecánica de buddy movie.
Aunque el conjunto puede evocar nostalgia, es inevitable aceptar la realidad: películas como esta llenaban los videoclubes de los ochenta y no era un pecado evitarlas.