Juguete cómico despiadado, en el que cada réplica, cada recital de slapstick y decisión de casting hacen diana, al servicio de una purísima catarsis de hilaridad.
Ritchie deja en claro que no ha llegado al género de la fantasía épica para perder su esencia. Es una película que evoca la sensación de haberla visto antes, en numerosas ocasiones.
A pesar de contar con algunas virtudes, esta secuela resulta decepcionante para aquellos que nos emocionamos con la película original, que quizás no requería una continuación. Lo más destacado son las encrucijadas entre diferentes planos de realidad.
Proporciona el raro placer de ver a un autor en plenitud de facultades al que se le facilitan los medios de producción para levantar su sueño más laberíntico.
Es una película de dispositivo, cuya forma acoraza su concepto, pero que encarna una antipática dirección del último cine de autor que exilia algo fundamental en toda obra artística: la posibilidad de fracaso.
Gutiérrez combina hábilmente materiales y tonos diversos, logrando convertir este retrato de un americano atrapado en el aburrimiento en una sólida carta de presentación.
Película inagotable y mutante, capaz de trascender su aparente pesimismo en el fértil renacimiento de un cineasta inspirador, es un espectáculo ideal para sobreexcitar todas las zonas erógenas del espectador.
Está bien armada para enervar a quien vaya al cine buscando evasión y relato y para desconcertar -y, probablemente, irritar- a quien sienta un firme compromiso por ciertas poéticas ensimismadas y contemplativas del medio.
Adopta la apariencia de una recreación, entre lo ritual y lo descreído, del mito fundacional de la Epifanía, en clave estética pasoliniana: sin embargo, no tarda en aflorar la sospecha de la impostura, del elaborado chiste cultural cuyo gag climático es, precisamente, su exégesis crítica.
Un extraño artefacto que parece diseñado por el propio Ned Flanders después de la Misa del Gallo. El director, sin embargo, aborda su misión con una notable profesionalidad.
Esta Cenicienta se erige como un monumento al buen y mal gusto, con un enfoque desmedido en sus lujosos cortinajes y el resplandor de los cristales de Svárovský, dejando de lado la esencia de la historia que quiere contar y la profundidad de sus personajes.
King ha abordado el proyecto con el mimo del lector que considera los libros de Bond como parte esencial de una educación sentimental a la que había que rendir justicia. King forja una realidad orgánica, un libro infantil en movimiento.
Esta secuela no es tan buena ni tan carismática como la película original. Aunque hay buenos números musicales y algunos gags afortunados, todo se presenta en un conjunto algo desorganizado.
Una comedia familiar disneyniana cuyo sentido del humor logra funcionar adecuadamente. Su discurso, aunque no radical, logra identificar la fragilidad del pensamiento positivo habitual en el universo Disney.
El resultado se ve afectado significativamente por unos efectos digitales inadecuados y, sobre todo, por una clara incapacidad para llevar los acertados gags visuales de la viñeta a la pantalla. Es una oportunidad perdida.
No delata ninguna intención de fidelidad a las fuentes. Su principal problema es haber despojado a los personajes y al universo de Escobar de toda identidad.