Es bastante más que un producto digno, bastante más que metralla para multisalas: es un trabajo sobrecargado de energía, en cuyos laterales Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich, imparten una lección magistral de química.
La más veraniega película de este verano, un helado al limón que se derrite. La película presenta una estética de Club de Vacaciones y una puesta en escena descuidada, trivializando algunos clásicos mientras amplifica la fuerza de otros.
Especialmente indicada para todos aquellos que odien las comedias románticas. (...) divertimento ligero (...) hay algo en Jason Biggs que recuerda a los grandes cómicos melancólicos del cine mudo.
Travesura políticamente incorrecta en lugar de un ejercicio posmoderno al estilo tarantiniano, 'El infierno verde' emplea la amputación de miembros como un eco nostálgico de una época en la que el cine popular era menos preconciso.
Una película apreciable, llena de apuntes incisivos a los que quizá les cueste afirmar su incómoda potencia en medio de un conjunto que apuesta (de manera transparente) por el didactismo. La película parece, a ratos, la crisis financiera explicada a los niños.
Lástima que siga las pautas de una suerte de hipotético manual titulado Financial crackdown for dummies y que el cineasta sucumba a algunas de las metáforas visuales más ratoneras.
Que Gyllenhaal y Forest Whitaker abracen sus arquetipos como si fueran lo mejor de sus carreras refleja su profesionalismo, pero el resultado final es un tipo de aburrimiento absoluto.
Las grabaciones caseras de la boxeadora son las que realmente elevan este documental, el cual, en torno a ese material, abusa del testimonio con imagen hablando y de la reiteración bienintencionada del discurso.
Parece una película venida de otro tiempo. En concreto, de ese tiempo en el que hablar de película española equivalía, en la mayoría de los casos, a hablar de las malas decisiones que se concentran en este trabajo.
Con una Cate Blanchett sinuosa como gata de Angora, la película muestra a un Roth que en ocasiones titubea como director de cine familiar. Sin embargo, la originalidad de la historia logra compensar las caídas de energía que se presentan de manera episódica.
Yonebayashi parece dispuesto a convertirse en el príncipe heredero de la poética de Miyazaki y quizá esta sea la película en la que más explícitamente ejerce de hijo de su padre artístico.
Una película más lúdica que discursiva, puntuada por constantes momentos climáticos (...) Un enérgico recital de prodigios que en ningún momento se toma en serio a sí mismo. No es poco.
Una serie B en el mejor de los sentidos: la película de Sena es ágil en su manejo de gratificaciones epidérmicas, va directa al grano y culmina en clave excesiva.
Funciona más como un espectáculo de aventuras, con toques de irreverencia, que como una deconstrucción irónica de un género. Lo negativo es que podría haber sido mucho más divertida.