No alcanza la excelencia de los maestros Miyazaki y Takahata, pero recoge ecos de algunos de los títulos mayores del estudio, como 'Mi vecino Totoro' y 'Ponyo en el acantilado'. Lo mejor está en los detalles.
Que Gyllenhaal y Forest Whitaker abracen sus arquetipos como si fueran lo mejor de sus carreras refleja su profesionalismo, pero el resultado final es un tipo de aburrimiento absoluto.
Las grabaciones caseras de la boxeadora son las que realmente elevan este documental, el cual, en torno a ese material, abusa del testimonio con imagen hablando y de la reiteración bienintencionada del discurso.
Con una Cate Blanchett sinuosa como gata de Angora, la película muestra a un Roth que en ocasiones titubea como director de cine familiar. Sin embargo, la originalidad de la historia logra compensar las caídas de energía que se presentan de manera episódica.
Una película más lúdica que discursiva, puntuada por constantes momentos climáticos (...) Un enérgico recital de prodigios que en ningún momento se toma en serio a sí mismo. No es poco.
Un caótico planteamiento de las escenas de acción que se hunde en lo indescifrable. Fuqua, pulverizando toda preocupación por la puesta en escena, sacrifica la legibilidad de su película en un clímax que es su losa.
Jeff Bridges y Ryan Reynolds, un tándem inesperado, parecen ser los primeros en dudar de las posibilidades de esta película, que, aunque intenta ser original, carece de carisma.
Este Poltergeist evoca a su predecesor, pero no le rinde el respeto que merece. O quizás lo hace tanto que, en lugar de dedicar tiempo a propuestas creativas, Kenan opta por deshacerse de la historia de forma bastante rápida.
Proporciona el raro placer de ver a un autor en plenitud de facultades al que se le facilitan los medios de producción para levantar su sueño más laberíntico.
Es una película de dispositivo, cuya forma acoraza su concepto, pero que encarna una antipática dirección del último cine de autor que exilia algo fundamental en toda obra artística: la posibilidad de fracaso.
Adopta la apariencia de una recreación, entre lo ritual y lo descreído, del mito fundacional de la Epifanía, en clave estética pasoliniana: sin embargo, no tarda en aflorar la sospecha de la impostura, del elaborado chiste cultural cuyo gag climático es, precisamente, su exégesis crítica.
King ha abordado el proyecto con el mimo del lector que considera los libros de Bond como parte esencial de una educación sentimental a la que había que rendir justicia. King forja una realidad orgánica, un libro infantil en movimiento.
El resultado se ve afectado significativamente por unos efectos digitales inadecuados y, sobre todo, por una clara incapacidad para llevar los acertados gags visuales de la viñeta a la pantalla. Es una oportunidad perdida.
El principal problema de esta historia es que se siente como si la narrara un funcionario de la ficción, que tiene más habilidad para manejar la prosa y la técnica, en lugar de transmitir la poesía de la maravilla.