Cahill sigue demostrando personalidad y capacidad de contar, pero aquí plantea una débil película de tesis, que se cree más inteligente de lo que realmente es
Shakman es consciente de que la originalidad no juega a su favor en esta historia, por lo que opta por confiar plenamente en el carisma y la energía del reparto.
Revela en Slattery a un director capaz de habilitar un generoso terreno de juego para sus actores, pero sus maneras expresivas amenazan con rebajarlo todo a excéntrica comedia negra.
Al Pacino recibe un papel que le permite brillar. El actor demuestra tener plena conciencia de que solo con habitar en esta película, sin necesidad de exagerar, logra ofrecer una interpretación memorable.
La película corre el riesgo de depender demasiado de una única idea, que aunque brillante, lleva a un resultado final que se asemeja más a un golpe de ingenio afortunado que a una afirmación definitiva del genio.
Una brillante comedia indie que formula un lúcido discurso sobre las segundas oportunidades y la melancolía vital del treintañero con déficit de recursos sociales.
Desborda energía, maestría cómica, estilo y mal café ideológico. (...) los diálogos que mantiene el personaje de Pitt con Jenkins y Gandolfini tocan el Cielo. Quizá la película no sea nuevo cine negro, sino la comedia más sofisticada de la temporada.
Algunas de las ideas del guión rozan la cursilería más irritante. La representación de la familia no escatima en los tópicos del melodrama convencional. Sin embargo, Amy Adams logra demostrar, nuevamente, que detrás de su apariencia idealizada hay una actriz increíblemente talentosa.
Una gratificante atracción de feria que te vapulea antes de dejarte, de manera harto conservadora, en la tierra firme de un sentimentalismo enmascarado.
Perversa forma de cine de propaganda para unos tiempos demasiado afines a la pornografía sentimental. Cusack agota el repertorio expresivo de la cara de bacalao.
Es, por un lado, la comedia romántica con el punto de partida más estomagante y agresivo que un espectador medio pueda concebir. Y, por otro, un glorioso artefacto de ingeniería sutil.
La dimensión elegiaca de 'El imaginario...' va más allá de la figura de Ledger. Este oscuro relato funciona como una suma gilliamesca, mientras que también resalta su naturaleza caótica, irregular, fascinante y ligeramente airada, convirtiéndolo en un anacronismo.
Una oración y una carrera se funden en un prólogo que parece anunciar una película más enfática y permeable a las intoxicaciones de un cierto efectismo televisivo. Desconfía astutamente de las fórmulas.
Se inscribe dentro de la fastidiosa moda que juega al maridaje de gastronomía y romance para servir en la platea insistentes menús de sentimentalismo banal y lugares comunes.
Comedia culinaria que evoca la idea platónica de un ménage à trois, similar a "Jules et Jim", pero que termina convergiendo en una cocina de menú a través del humor costumbrista español, influenciado por la televisión.
No es la típica comedia francesa. Sin embargo, hay algo que traiciona la ambición de sus intenciones. Es una película que, a pesar de pretender ser una celebración de la alta cultura, termina cayendo en las fórmulas comerciales del cine de multisalas y también en el chovinismo.