Sobrecarga emocional, barroquismo en las formas y un avasallador sentido del star-system. Es difícil que el público ganado de antemano se sienta decepcionado. No obstante, la caligrafía visual del director plantea más de un problema, eso sí, estimulante.
Tan peculiar y cautivadora como valiosa, la película brinda a Ray Winstone la oportunidad de interpretar un rol complejo y memorable. No se dejen engañar por lo que sugiere el cartel; Al límite es una agradable sorpresa.
Es desalentador observar que talentosos actores como Juan Diego Botto, Alberto San Juan y Francesc Garrido están limitados a diálogos predecibles. La escena erótica antes del clímax es impactante. La película, en general, también tiene sus puntos débiles.
Andò, en ocasiones, da un toque de Sorrentino a su visión, pero consigue crear una película sólida. Aunque su estilo barroco puede ser evidente a momentos, eso no resta valor a su potente mensaje ético.
La actuación de Samuel L. Jackson da vida a las intensas palabras de Baldwin, mientras que el asombroso trabajo de montaje de Alexandra Strauss elimina cualquier separación temporal entre el pasado y el presente.
Película áspera, extraña y hermosísima que parece situarse fuera del tiempo. Un valioso ejemplo de cine espiritual formulado no a partir de la convicción dogmática, sino de la incertidumbre, la duda civilizada y un profundo desencanto.
Un descomunal juego de ingenio, algo que, a primera vista, parece desnudísimo para ir, poco a poco, revelándose como una intrincada y sibilina construcción.
Kervern y Delépine se destacan como los únicos exponentes europeos de una comedia incisiva y provocativa, llena de un tono ideológico desafiante. La película está repleta de instantes memorables.
Lo peor ocurre cuando Niccol hace hincapié en lo que ya era evidente. Esto provoca que el proyecto colapse, y la exagerada sobreactuación de su justificación política acaba afectando negativamente a la obra en su totalidad.
Una propuesta más predecible y acostumbrada de lo que su argumento sugiere. Algunas imágenes son impactantes, pero al final, todo se siente como un engranaje que ha sido diseñado para funcionar de una sola manera.
Una plataforma para plantear pertinentes preguntas acerca de un Jesucristo que quizá nunca había sido en la pantalla tan áspero, desamparado, hostil, desdivinizado y problemático como aquí lo encarna Joel West.
Volach maneja con habilidad y gracia los momentos impactantes de su obra, evitando caer en excesos melodramáticos. En ocasiones, el director adopta el tono opresivo y repetitivo del rabino que se convierte en el foco de su crítica.