Werner Herzog logra destilar la fuerza y el sentido de esa escena en un ambicioso trabajo documental que transmite al espectador el vértigo del tiempo.
Hay caracterizaciones de gran eficacia cómica, espectacularidad y encanto libre de cursilería, pero, sin duda, el gran logro es su capacidad para convocar, de nuevo, la esquiva alquimia de aquello que Disney llamó su 'Mágico mundo de colores'.
El resultado es técnicamente virtuoso, aunque el hiperrealismo se revele más inquietante que hipnótico, y Snyder aproveche la ocasión para dar rienda suelta a la épica de bisutería de su insistente retórica visual.
El film refleja el agotamiento existencial de su (anti)héroe. Las apariciones del gato son lo más destacable de un conjunto que parece más concebido en una oficina de ejecutivos que en la mente del director.
Parece ser una de esas películas que han pasado por momentos difíciles en la sala de montaje. Presenta algunos estallidos poéticos, pero a menudo parece estar luchando consigo misma en cada escena.
El III Reich contado a los niños. Lo más interesante es que, por debajo de su aparatosidad kitsch y de su mal gusto, el 'Cascanueces 3D' alimenta la nostalgia por un cine infantil liberado de la presión por el merchandising.
No es sólo técnica portentosa e imaginación plástica en constante tensión: es, ante todo, un gran ejemplo de cine humanista en clave poética, una obra universal y perdurable.
El talento creativo del cineasta se despliega con libertad, ofreciendo una interpretación única de la obra de Gaiman. Coraline ha pasado de ser una novela excepcional a convertirse en un filme impecable.
Para quien eche de menos a la ardilla Scrat, esta entrega ofrece una experiencia interesante. La mayor sorpresa y gratificación proviene de un nuevo personaje: la comadreja de acción Buck, quien aporta frescura y dinamismo a la historia.
El clásico de Dickens se transmuta en algo sumamente extraño, una montaña rusa de golpes de efecto que permite al cineasta ejercitar su caligrafía hecha de hipérboles sin límites.
Deslumbrante carta de presentación del nuevo formato de cine tridimensional. Su humor es sofisticado, su ritmo frenético, y su tridimensionalidad está más orientada a propiciar una experiencia inmersiva que a convertir la platea en frontón para el elemental golpe de efecto.
Propone, en clave modesta pero eficaz, una saludable alternativa estética al modelo Pixar. La película presenta un particular sentido del humor, confiando en la inventiva caracterización de los personajes. El tándem Qwak & Ivernel merece ser destacado.
Tras una brillante y desenfrenada introducción, la película juega con tópicos, convenciones y estilos típicos de las superproducciones veraniegas. Su enfoque resulta algo excesivo.
Podría disputarse con 'El club', de Pablo Larraín, o 'La profesora de parvulario' de Nadav Lapid, la distinción a la película más (inteligentemente) provocadora del año.
El cineasta maneja la información con una eficacia impresionante y adecuada, creando una película ambiciosa que refleja en su forma de expresión la ingravidez, la delicadeza y la vulnerabilidad de su protagonista.
Es la película más descaradamente triste de la filmografía de Solondz. También es la más sutil y finalmente revela que, bajo la apariencia de misántropo, se esconde en realidad un humanista.