No es una buena película, pero su anomalía es relevante. Es un 'Inland empire' contado a las marujas, un cóctel de convención y experimento que indaga en los temores y fobias de la mujer encapsulada en el edén de la clase media acomodada.
Un epílogo sugiere que este podría ser el inicio de una saga en línea con el inusual tríptico superheroico de Shyamalan. Sin embargo, lo más destacado es la firmeza con la que Yarovesky desarrolla su premisa.
Una obra de terror que se destaca por su enfoque minimalista y casi abstracto, ofreciendo una reflexión sutil sobre la banalidad de la violencia en la actualidad. Además, demuestra una ejecución técnica impecable y un gran manejo del lenguaje visual.
Es una crónica reveladora, una película que debería ser vista en todas las escuelas de actuación, ya que presenta un proceso que no brinda soluciones definitivas ni recetas de experto, sino valiosas lecciones de sabiduría.
Es un chiste. Cuando la trama llega a su anunciada escenificación de un atentado: de golpe, el espectador se ve instalado en los territorios de 'Mortadelo y Filemón'.
Una obra destacada que impacta profundamente en la esencia de nuestro tiempo. Al igual que toda gran comedia, presenta un sabor dulce pero con un matiz amargo.
Logra una delicada fusión entre la silenciosa elocuencia de su protagonista, Zoe Heran, y el lenguaje sensorial empleado por Sciamma, capaz de transmitir todos los desvelos de ese cuerpo.
Una propuesta única. La trama de un inesperado sacrificio de un padre, bajo la dirección de Mañas, se transforma en una narrativa que va más allá de su impactante premisa.
Este filme presenta conexiones familiares con 'Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas' y 'Le quattro volte', pero no logra establecer una identidad tan única y contundente.
La falta de madurez en la presentación del discurso, junto con el uso exagerado de recursos sensacionalistas, afecta profundamente la calidad del producto final.
El montaje entrelaza de manera efectiva las dos líneas temporales, aunque en ocasiones se difumina la línea entre lo emotivo y lo excesivo. Sin embargo, la elegancia del desenlace logra compensar en cierta medida los momentos titubeantes.
'Trinta lumes' es una película que explora umbrales y rincones marcados por la huella de un misterio o una desaparición. Se trata de un debut delicado que se presenta como una obra poética dentro del género del terror.
El metraje es tan impresionante como los paisajes naturales que inspiraron su visión. Las imágenes que perduran tienen una sensorialidad que evoca la poderosa experiencia de una velada bajo las estrellas en una noche tormentosa.
El filme se desarrolla a través de las vivencias y recuerdos de sus personajes, revelando la conexión entre lo único y lo universal en la cultura de los Krahô.
Bordea ocasionalmente un kitsch sentimental, que se transforma en gratificante y excéntrica comedia involuntaria para el público ajeno al fenómeno fan. Lo positivo es el buen gusto de Niccol para la puesta en escena.
Rasquin escoge una dirección marcante, utilizando un montaje musical perturbador y recurriendo de manera frecuente a momentos melodramáticos que a veces rozan lo excesivo.
Diálogos excepcionales que ofrecen valiosas lecciones sobre el análisis del cine, destacando la importancia de que las palabras dejen espacio para la imaginación del espectador.
La película se destaca por no pretender ser una lección, y su final es un claro ejemplo de cómo se puede articular un discurso que invita a una discusión enriquecedora.