Lo más manso y previsible que ha dado la carrera de Phillips. Con eficacia cómica, eso sí, y algunas paradas inolvidables. Phillips ha hecho una buena película... rutinaria.
Es, por más de un motivo, una anomalía digna de estudio. No es, pues, ningún ejemplo paradigmático de arte disidente, pero sí un trabajo capaz de manejar con habilidad inesperados recursos de género.
Una comedia destacable. No es un producto de Apatow, aunque se le asemeje en muchos aspectos. No solo consigue hacer reír al público sin recurrir a clichés fáciles, sino que también ofrece reflexiones perspicaces y pertinentes sobre la época que vivimos.
Se ve lastrada por su forzada condición autoconsciente de despedida ritual. Combina hondura con subrayados que resultan agotadores, presenta decisiones estilísticas cuestionables y ofrece poderosos momentos donde se desvela el alma rota del arquetipo.
Conciso y calculado vodevil crepuscular que parece facturado casi sin esfuerzo, pero que encierra, en su naturaleza portátil, un profundo conocimiento de lo humano.
El filme se complace demasiado en celebrar lo que no debería ser celebrado, pero sería miserable no reconocer que, en su registro, funciona como una Harley recién salida de fábrica.
Ejemplar exploración de soledades. Staka maneja un complejo tejido emocional como si jamás hubiese oído hablar de las exigencias genéricas del melodrama. Su película logra que su carga dramática se filtre sin golpes de efecto y cale hondo.
Esta inclasificable joya animada reúne referencias cinematográficas y artísticas para narrar una historia vertiginosa que se conecta con la tradición del folletín. El resultado es verdaderamente singular.
Cuando el cineasta logre encontrar una voz propia, liberándose de sus registros excesivamente referenciales, su cine quizá trascienda su actual condición de exótica singularidad.
'Train to Busan' tiene una suerte de hermana malévola: la precuela animada 'Seoul Station'. A pesar de un clímax brillante, pierde algo de su espectacularidad, pero brinda lo que los seguidores de Sang-ho echaban en falta.
El director rinde homenaje a la fértil imaginación de Lem con un despliegue de ideas visuales muy acertadas, convirtiendo el agudo tono cómico del original en un poema onírico impregnado de melancolía.
Dibujos desanimados. Quizás sea una metáfora política áspera buscando su significado, pero ni su escaso sentido del humor ni su propuesta estética invitan realmente a leer entre líneas.
Es una delicia de principio a fin, un trabajo en el que el dinamismo del trazo y los hermosos fondos de acuarela generan la fascinante ilusión de presenciar un espectáculo de magia artesanal.
Olivares ha logrado mimetizar de manera convincente la mirada del documentalista, aunque se aprecian algunas debilidades. A pesar de esto, la obra cuenta con un desenlace muy bien orquestado y revelador.
La película brilla en el barroco detallismo de sus fondos, la riqueza de sus texturas y la estilización tendente al trazo realista de sus personajes humanos.