Bajo su apariencia de película de iniciación y aventura, 'Mia y el león blanco' muestra la inquietante funcionalidad del cine como instrumento de blanqueo de una reputación cuestionada.
Es un trabajo valioso por lo que dice y por cómo lo dice en sus tramos más didácticos. Pero lo más valioso está en otro lado: en las ausencias, en los silencios incómodos, en las espantadas vergonzantes.
El relato a veces cae en un didactismo excesivo, pero avanza con la elegancia y la fuerza de un álbum de historieta franco-belga. También evoca una profunda nostalgia.
Las actrices enfrentan diálogos que parecen artificiales y excesivamente útiles, pero logran que sus personajes resalten a pesar de que las imágenes, en numerosas ocasiones, se someten a la atracción visual del exotismo.
Claire Denis prefiere plantear preguntas irresolubles a dar respuestas bienintencionadas en esta obra maestra que une portentoso estilo y moral limpia de autoengaños.
Esto no es cine de animación, sino comedia pirotécnica con un toque de animación. Es una película que se presenta como una efímera explosión de luz y color, con movimientos hipnóticos y frenéticos.
Cooper parte claramente de la versión de 1976, pero logra mejorarla. Tras este debut no hay solo oficio, sino una mirada auténtica. Lady Gaga demuestra que había verdad bajo la máscara.
Se apoya en tres interpretaciones – Larson, Harrelson y Watts – que reclaman, cada una a su manera, la estatuilla. Sin embargo, se vuelve repetitivo al enfatizar la ideologización, la cual se presenta como una manía ridícula.
La novelista planteaba un tedioso juego a tres voces para ocultar una intriga monótona; en la pantalla, todo permanece inalterado. En su rápida adaptación cinematográfica, tanto el director como la guionista abordan la tarea como si fuera un mero trámite.
Zemeckis imprime un dinamismo excepcional al relato, lo que hace que el tiempo de visualización transcurra rápidamente. Sin embargo, descuida el verdadero aspecto comprometedor de la historia para entregarse a un drama redentor convencional, similar al de un telefilme de sobremesa.
Aliaga ha construido su película utilizando la historieta como una especie de partitura rigurosa, lo que afecta negativamente el resultado final. Además, Martínez no logra captar la intensa presencia física de Bruno ni su tormentosa alma.
Suntuosa adaptación condenada a lidiar con el recuerdo de la espléndida miniserie producida por la Granada Television en 1981. El resultado, sin ser completamente desdeñable, convierte a Waugh en papel pintado. Eso sí, de lujo.
Boyle se concede toda libertad para no aburrir. Y no aburre, pero paga con creces el precio del ridículo. Boyle parecía en su momento ('Trainspotting') el mejor de su generación: ahora parece el peor.
En su interior brilla el potencial de un excelente melodrama que la película, sin embargo, no alcanza. Ojalá Ponce hubiese utilizado más la elocuencia de la imagen en vez de confiarlo todo a las palabras.