Despliega con egregia soltura, ligereza y elegancia, un virtuosismo escénico, muy potenciado por las mejores películas recientes de Ozon con orígenes más o menos teatrales.
Este tercer largometraje se adentra con respeto y dedicación en las vidas de varios ancianos, quienes son los últimos moradores de la pequeña localidad montañosa de Kannogawa.
La película se desarrolla a través de largas conversaciones y sinceras revelaciones entre sus delicados personajes, creando una profunda introspección y una atmósfera poética.
El director Mateo Guzmán retrata la vulnerabilidad de un entorno rural atrapado entre la desolación y la belleza visual, creando imágenes áridas que evocan un sentido de inminente catástrofe.
Domina el arte de recrear un drama campesino actual como si fuera la intemporalidad helada pura, universal y eterna, al llevarlo a sus más rugosas, elementales y rústicas consecuencias.
La película establece un poderoso y doloroso vínculo entre la vida de una joven gimnasta en el extranjero y la lucha revolucionaria en Ucrania, ofreciendo una profunda reflexión sobre la resistencia y el sacrificio.
Sabe a la perfección que hoy el verdadero drama y el relato fílmico eficaz no pueden residir únicamente en las situaciones clásicas variadas al infinito.
Mundo duradero de la forma desdoblada pero vuelta coro de elogios destemplados a la gringa irritante y casi vacuo culto lamenombres vuelto seudoanalítico clip-dropping interminable.
Poderoso filme documental que se enfoca esencialmente en el proceso en sí. A lo largo de la historia, se han presentado múltiples introducciones y detalles que conducen a este desenlace inevitable, explorando todas sus implicaciones.
Una crítica que se siente anti-parental, con una fría fotografía que evoca un invierno ceniciento, aunque de repente se vuelve deslumbrante gracias al trabajo de André Turpin, acompañado de una música sutil y casi imperceptible.
Esta obra fusiona de manera intrigante un thriller conductual enigmático con un melodrama distorsionado, evocando una sutil farsa similar a la de Billy Wilder, y dejando una sensación de una sordidez retorcida que resulta, a la vez, sorprendentemente sublime.