Se aplaza y divierte, rechazante, desesperante, erizante, exasperante y paralizante, no obstante reverberante, como los variables tonos anímicos de esta inusitada comedia fílmica.
Se extravía, por lo demás, en su sentido global, en sus sentidos y en los del espectador, dentro de una estética de la digresión, la dispersión y la falta de focalización del objetivo a narrar.
Da la grave y gozosa sensación de que, en todo instante, y secuencia por secuencia, cada episodio de su largo y profuso relato fílmico es una afirmación vital y un distinto elogio al padre.
Establece una atmósfera de violento thriller psicológico abstracto a lo linchador Lynch que domina hasta el desquiciamiento a base de ingredientes pura y exclusivamente auditivos.
Prodigioso film. La búsqueda quimérica logra siempre la manera más original y estilizada, aunque sea de forma indirecta, de retratar las peripecias folclóricas, imaginativas y maravillosas.
La bendición omnisciente disfraza, traviste, encomia y rodea de dulzura mágica y maravillosa la crueldad del tránsito púber y la desfloración total para despuntar hacia la vida adulta.
Contempla en destructivo estado de exaltación constante el surgimiento de lo monstruoso y una existencialmente necesaria genealogía del mal, a modo de un minucioso pero colosal relato de aprendizaje al revés.
Se mimetiza con la inusitada grisura vertiginosa y decepcionada de sus recursos expresivos, el monólogo técnicamente preciso e impecable, la banalidad extrema del compulsivo acto gratuito.
Saca el máximo jugo posible a una heterodoxa concepción del cine psicológico infantil, sorprendentemente basada en el incontenible gusto por la provocación heredada del director de Rojo profundo (76) y Alarido (77).
Ha trastocado los géneros estallados hollywoodenses para que la gozosa bio-pic imaginaria y la comedia financiera cínica se fundan en un híbrido agridulce de frenética andadura malvada.