Wan hace alarde de virtuosismo. Desde lo narrativo, demuestra la solidez que sorprendió en El conjuro. Sin embargo, el problema de Insidious 2 radica en su incapacidad para crear nuevas propuestas a partir de viejas fórmulas.
La realizadora francesa construye un relato de la guerra moderna apelando a las imágenes que registran los pilotos de drones, con un nivel de detalle que recrea la fantasía orwelliana.
'The Grand Bizarre' se abre como un desafío a la capacidad del espectador para apartarse de la necesidad de un patrón narrativo clásico, permitiéndose la libertad de realizar una lectura poética de esa cinemática ruleta de imágenes y texturas.
'Favula' se aleja de 'P3nd3j05' desde su estructura. Mientras que esta última optaba por una desmesura operística, la primera se orienta hacia formas narrativas más sencillas, pero igualmente impactantes.
El director construye en 'El rostro' un laberinto de imagen y sonido en el que cada quien debe procurarse su propia salida. Y pese al uso repetido de ciertos recursos, vuelve a ofrecer una lección del manejo de la imagen, el sonido y el montaje.
La película cumple con su propósito, aunque no ofrece demasiados méritos que resaltar, salvo los aspectos técnicos. El resto se sostiene en un humor predecible, creado para operar en dos niveles.
'Flora y Ulises' se limita a seguir convenciones narrativas, presentando nuevamente la fantasía de una familia blanca y perfecta. En este sentido, la película queda rezagada.
Insiste en buscarle raíces a su protagonista y crea para la ocasión un pueblo de hadas oscuras viviendo en el exilio. En ese punto el relato entra en piloto automático y termina pareciéndose a la mayoría de las películas de fantasía.
El traspié de 'El Cascanueces' radica en su representación. La película intenta adaptarse a los estándares actuales de lo políticamente correcto, pero no se atreve a explorar el tema en su totalidad.
A fuerza de un humor muy preciso, de canciones notables y un gran sentido de la oportunidad, Bobin convierte la sencillez argumental del proyecto en una virtud y su película termina siendo una más que digna representante de la dinastía Muppet.
Está condenada a convertirse en clásico. La solidez con que Aster maneja los recursos dramáticos, técnicos, visuales, sonoros y narrativos, (...) convierten a su debut en un punto alto del cine de género independiente.
La incorporación de ciertos elementos que se inclinan a esbozar algún tipo de explicación para lo que ocurre resulta contraproducente. Una decisión que acaba por arrasar con el elemento siempre perturbador de lo desconocido.
Como si fuera un experimento social, el cineasta se arriesga a llevar al límite la idea de un idealista antisistema y globalifóbico para observar las consecuencias. Sin embargo, no se detiene ahí, también explora los lazos familiares.
El director estadounidense crea, con una simplicidad intencionada, un universo de duplicidad y repetición. La estructura narrativa de la película presenta constantemente dos perspectivas para observar y comprender la misma situación.
Rozema logra desenvolverse con habilidad en su representación. No obstante, cae en ciertas torpezas lombrosianas al señalar innecesariamente la conducta de algunos personajes mediante sus gestos. La película ganaría si se prescindiera de ese enfoque excesivo.
Resulta imposible negar que una densa tensión dramática la atraviesa casi de punta a punta. Sin embargo, el mérito no proviene de la construcción narrativa, sino de una única causa, que tiene la cara, el cuerpo y el nombre de Russell Crowe.