Toda la película brilla y estalla en color y vértigo, pero de ningún modo hay algo gratuito. No se volvió a hacer algo igual. Mejora 100% cualquier día espantoso, y mire que vienen sobrando.
Esta nueva versión es una especie de morbo, pero no se puede culpar a la película por ello. Gran parte del cine basado en hechos reales, especialmente aquellos con contenido violento, ha adoptado esta tendencia.
Carece de alma, dice demasiado y lo hace a costa de las imágenes. Así los momentos bellos nos dan pena: parafraseando a Baudelaire, 'Dumbo' es un film cuyas orejas de gigante le impiden caminar. Y ni hablemos de volar.
Ozon, experto en subvertir las expectativas del espectador, presenta aquí una historia en hermoso blanco y negro que desafía los prejuicios y aborda, de manera indirecta, la intolerancia actual, sin renunciar en ningún momento al dulce romanticismo.
Creemos en lo que vemos. Su demérito consiste en la trivialidad del triángulo amoroso. Pero la historia –y el modo de reflejar la Historia– se ponen por delante y le otorgan a la película una fuerza notable, muy superior a sus errores.
La película nos pide que sigamos su derrotero nada aleatorio. Si lo hacemos, veremos ese otro lado de Dumont, siempre latente en su cine: el de lo irracional y desaforado haciendo presencia en nuestra vida.
Tres horas le lleva a Chazelle disfrazar esta sarta de clichés sin la menor ambigüedad. Lo demás es un director mostrando que puede mover como quiere la cámara pero que no tiene idea de aquello que decidió mostrar.
El film presenta actuaciones desiguales y algunas situaciones se resuelven de manera apresurada, con diálogos que resultan excesivamente didácticos. Sin embargo, logra ofrecer momentos de intensa tensión narrativa, un uso acertado del entorno y una historia atrayente.
Más allá de su evidente didacticismo y de cierto regodeo en la “qualité”, la fábula en sí es divertida y los actores logran crear un universo autónomo, del que nos importa poco saber si fue o no así.
Pudo haber sido una gran película y queda como un “gran film enfermo”. Pero mucho de lo que hay es mejor que la mayoría del mainstream contemporáneo, así que queda recomendada incluso por sus defectos.
Una nada. Esto no es cine: es un actor con peluca imitando a una señorita, fotografiado como en una propaganda de perfume y con los golpes bajos a reglamento suficientes como para que todo pase por “película seria”.
Como el maestro que es, Miyazaki no utiliza trazos de más, no recarga las tintas donde no debe y mantiene como norte la belleza, su última película es una obra maestra compleja en ideas y límpida en forma.
Gray no solo posee la sensibilidad característica de Hollywood, sino que en esta narración, digna de un tango, también revela la manera de expresar la pasión y las dificultades que esta conlleva.
No es una gran película. Su habilidad para entretener está determinada por lo que cada persona considere como “entretenimiento”, a diferencia del cine de calidad que nos permite olvidar nuestras categorías previas.
No es una película que aborde la idea de que "todo tiempo pasado fue mejor", sino que explora el lugar que ocupan las imágenes que creamos sobre un ideal. Aparte de eso, es ligera y divertida, una cualidad que no es excesiva en el reciente trabajo de Woody Allen.