Es evidente que Allen reflexiona sobre el tiempo, el ayer y los recuerdos, y propone una especie de edad de plata que, a pesar de sus inconvenientes, sigue siendo fascinante. Esta fascinación, transmitida con profundidad, confiere belleza al relato.
El mérito del film reside en que estas aventuras e intrigas muy imaginativas tienen tanto peso como la relación entre los personajes. Además, es una obra muy bella, pero con una belleza que no es para nada accesoria ni decorativa.
Lo de Giannini y Melato, ambos fetiches de la directora, es sensacional en todo sentido. Esta clase de películas sería imposible en el mundo adocenado, miedoso de hoy, y por eso se notan más frescas y novedosas.
El impresionante trabajo de Christopher Nolan sugiere que esta es una de sus mejores películas, comparable con 'Dunkerque' y 'El Caballero de la Noche'.
Aunque la película presenta más diálogos que acciones, logra mantener una ligereza que resulta atractiva. A pesar del melodrama, la simpatía de los protagonistas destaca.
La película es densa, sobre todo sostenida en las actuaciones (intensas como corresponde a tema y forma) y excede el contexto para presentar una cumplida fábula moral a la que no le falta suspenso.
En un momento determinado, el protagonista se enfrenta a un callejón sin salida y toma decisiones en piloto automático, tanto en situaciones trágicas como tiernas. Es una película interesante, ya que, en el fondo, plantea lo imposible.
El juego de intentar adivinar quién o por qué la gente se va muriendo funciona bastante bien, la ambientación y el diseño de personajes y lugares es atractivo, y el asunto no aburre. Aunque le falte salero.
Un film vibrante y lleno de energía para concientizar sobre la violencia. No hay muchos realizadores que se animen a llegar tan lejos y sean igualmente consistentes con sus ideas.
Si no es una mala película, es gracias a que en la incertidumbre del protagonista se destaca un excelente manejo del suspenso. En ese aspecto, Zemeckis parece redescubrir el placer de jugar con el cine.
La vida de Alan Turing, el brillante matemático que sentó las bases de la computación y jugó un papel crucial en la derrota del nazismo, es tan fascinante que resulta un verdadero logro crear una película que no haga justicia a su historia.
De esas películas de corte clásico que ya no se producen o que se hacen de manera apresurada y sin el esplendor visual que realmente merecen. Muestra una faceta diferente de un cineasta fundamental.
Gran película que hace del espectáculo forma y fondo, tiene uno de esos finales que hacen sonreír a cualquiera con un poco de sangre en las venas. Truffaut juega, aquí, a todos los juegos a la vez y termina ganando.