Muchos sustos están dispuestos como elementos musicales, logrando que nuestro cuerpo actúe como una batería... cuando logran su cometido. Estos sustos son efectos de montaje y sonido, y en ocasiones exhiben una modesta artesanía. Sin embargo, no hay más que eso.
La ambición metafísica de la película es notable; su realización, en un tono más suave y accesible, resulta ser la forma más efectiva de explorar temas tan amplios como el tiempo y el significado de nuestra existencia y conciencia. Es una rareza que se presenta muy pocas veces.
La película presenta dos inconvenientes. En primer lugar, lo que se extraía del clásico animado permitía una interpretación más sutil, mientras que aquí es bastante explícito. En segundo lugar, el aspecto técnico deja que desear; solo Jude Law parece captar la esencia del papel.
A pesar del esfuerzo de su elenco y la destacada actuación de Jolie y Pfeiffer, la película no es más que ruido y una telenovela sin terminar. Lo que alguna vez fue un gran cuento de hadas se ha convertido en un relato vacío.
El cine, el buen cine, siempre es metáfora, siempre es un “juego en el que entramos”, incluso impotentes en la butaca. Aquí, cada vez más, esa cuestión se subraya.
Además de ofrecer un gran homenaje al melodrama mexicano, es un film universal que plantea interrogantes sobre el significado de la memoria y de "los otros" en cada vida.
Todo está contado con mucho humor, con alusiones a la literatura y una ironía que apunta a la ingenuidad de las sagas infantiles. La película recurre a un diseño exagerado, un ritmo frenético y una actuación impresionante de Neal Patrick Harris.
Al centrarse plenamente en la relación entre padre e hija, Affleck consigue evitar el enfoque moralista. La profundidad y las sutilezas que explora en su narrativa aportan una dimensión emocional convincente a la historia.
Shults va al hueso de la situación, no esconde nada, deja que los personajes vivan como son y le permite al espectador sacar sus propias conclusiones, sin subrayarle ningún camino emotivo.