Un manejo diestro del suspenso le alcanza para que uno pase un rato divertido con sustos y con verdadero miedo. No sabemos si volvió “aquel” Shyamalan, sólo que este film sí vale la pena.
Aunque no es una película perfecta, tiene un peso y un encanto que superan al de la mayoría de las producciones que usualmente encontramos en las salas de cine.
No hay películas como esta, que asuman riesgos y se atrevan a lanzarse sin restricciones. Además, tiene un humor excepcional y los personajes son muy carismáticos. Es un cine que se muestra tal cual es.
Una trasposición de la pesadilla al cine como pocas veces se había logrado y se volvió a lograr. Los travellings sobre maquetas son puro viaje hacia el inconsciente.
Depp demuestra una vez más que es uno de los mejores actores cómicos, logrando narrar una historia sangrienta con una mezcla de crueldad, belleza y empatía por los personajes que la habitan.
El mayor valor que tiene esta película consiste en que los dos actores principales son muy simpáticos y que no sólo se potencian sino que, cosa curiosa, se restringen a lo justo. Uno al otro.
A Emmerich nada le produce escrúpulos. El ejercicio interesante es que, ante filmes similares, se pueden identificar esas filigranas que comúnmente llamamos "estilo".
Muchos sustos están dispuestos como elementos musicales, logrando que nuestro cuerpo actúe como una batería... cuando logran su cometido. Estos sustos son efectos de montaje y sonido, y en ocasiones exhiben una modesta artesanía. Sin embargo, no hay más que eso.
Lo que importa es cómo se construye o deconstruye la institución familiar. Ryan Reynolds, un actor que ha sido objeto de críticas, resulta ser el rostro adecuado para esta película y cumple su papel perfectamente.
Todo está contado con mucho humor, con alusiones a la literatura y una ironía que apunta a la ingenuidad de las sagas infantiles. La película recurre a un diseño exagerado, un ritmo frenético y una actuación impresionante de Neal Patrick Harris.
Al centrarse plenamente en la relación entre padre e hija, Affleck consigue evitar el enfoque moralista. La profundidad y las sutilezas que explora en su narrativa aportan una dimensión emocional convincente a la historia.