Esta nueva entrega de la saga de superhéroes de Marvel ofrece interés. En primer lugar, presenta personajes que capturan la atención y generan deseo de seguir sus historias. En segundo lugar, incluye secuencias de acción que son visualmente impresionantes.
El problema es que esos grandes momentos, ese gran film que pudo haber sido, navega a la deriva en el mar de la indecisión, del cine ordenado por inversores. Captura la imaginación solo espasmódicamente.
No es tan buena como la primera, básicamente porque hemos visto ya la mayoría de los chistes. Pero tiene dos grandes comediantes: los señores Azaria y Harris, quienes le aportan ritmo a la película.
Hay un defecto en la película: a pesar de la grandiosidad de los escenarios, resulta difícil disfrutar de las escenas de acción debido al vértigo provocado por una cámara que prioriza, en primer lugar, el ángulo más complicado y, solo después, el más adecuado.
Un director, con gran pasión, explora un universo que resulta muy querido para aquellos espectadores que aún no lo conocen. Es una excelente película que atraerá a todo tipo de público.
No todo funciona de modo perfecto; el espectáculo, en ocasiones, intenta imponerse, y algunas de esas secuencias físicas resultan redundantes. Sin embargo, hay virtudes.
Esta combinación de cuento infantil, repleta de estereotipos y con lo más cuestionable de Disney en acción real, presenta una grave falta de ligereza, incluso en sus intentos de ser humorísticos.
La simpatía del personaje, indisoluble a su dibujo, alcanza para que se trate de un entretenimiento cabal, que no apela solo a lo conocido sino que trata de establecer su propio rumbo. Para gritarle “olé”, con ganas.
Es uno de los mejores relatos existenciales que el cine ha ofrecido, retratando la historia de un individuo que descubre su lugar en el mundo y de otro que habita en una ilusión. Su intensidad se mantiene intacta.
Toda la historia se vuelve accesoria al conflicto y poco a poco, más allá de ciertas secuencias por cierto espectaculares, disuelve la humanidad e incluso la ambigüedad de los protagonistas.
El thriller periodístico cumple su función. Sin embargo, tener un tema respetable no garantiza que una película sea considerada "buena" en términos estéticos, aunque sí pueda serlo desde una perspectiva moral.
Es válido expresar nuestras opiniones, pero a un documental que no es militante se le exige imparcialidad. 'Allen Vs. Farrow' encarna el extremo de la corrección política.
Bien narrada y bien dirigida, con un guion sólido y una destacada actuación de Michaela Coel. Sin embargo, presenta todos los clichés relacionados con la corrección política. A favor, el tono no es trágico, sino que tiende a ser irónico y, en ocasiones, incluso cómico.
La serie desarrolla la narrativa con gran detalle, pero parece tener una condena predeterminada que limita la capacidad del espectador para formar su propia opinión. Además, el uso de testimonios de las víctimas resulta poco respetuoso.