Pese a los esfuerzos de la actriz [Thierry] por matizar cada uno de sus padecimientos, la película se niega a ninguna otra gradación que no sea su propia gravedad. Dolor por dolor. La pomposidad [...]
El problema de la propuesta es su conformidad vacía con la rutina. Thompson, Gleeson y Brühl se dejan llevar por un melodrama triste y superficial. Esto, en realidad, provoca el llanto, aunque no por las razones que se pretendían.
No solo carece de claridad respecto a lo que ya se conoce, sino que oculta y disfraza su mala conciencia tras un melodrama pedagógico. Lo mejor es el indudable magnetismo de Bryan Cranston.
Es algo así como una especie de catarsis individual e inaccesible entre la autobiografía y simplemente histeria. En cualquier caso, extraña, desproporcionada y vocacionalmente terapéutica.
Trueba presenta una de sus obras más personales y reflexivas. Cada elemento se siente cuidadosamente equilibrado y controlado, sin exageraciones, y se mantiene alejada de gestos innecesarios o pausas prolongadas.
Un derroche de épica que resulta tan ensordecedor como confuso. Carece de un punto de vista definido; prevalece la ley del más grande: el plano más amplio, la destrucción más absoluta y un guión enmarañado. Falta de nervio, pero sobrado de ruido.
Se queda en un tono demasiado indefinido. El excelente reparto consigue esa mezcla de nostalgia amarga y esperpento propia unos tiempos crueles y apolíticos.
Un ácido, divertido e hiriente relato de aroma autobiográfico. El más lúcido retrato de la derrota en tiempos de posguerra que ha visto el cine español. Unas elaboradas y largas escenas, perfectamente soportadas por unos actores geniales.
Suspendida de una fotografía sencillamente genial; guiada por un guión que se centra en los silencios, es sin duda una de las obras más fascinantes del cine español.
Comedia libre de pretensiones sobre los esfuerzos por sacar adelante a la numerosa parentela. Esta limitada escusa sirve para un emparejamiento cuanto menos peculiar: Manfredi y Caron.
El director presenta una versión condensada de sí mismo en su película más críptica, estilizada y desconcertante. Es un auténtico deleite para los convencidos (incluido quien escribe) y la mejor justificación para frustrar a quienes no lo son.
Es sorprendente que Baz Luhrmann haya optado por realizar una película que se asemeja a un pasodoble en homenaje al rey del rock. La obra se siente repetitiva en su excesiva espectacularidad, dejando poco espacio para la reflexión.
Brillante pieza de entretenimiento que avanza de manera firme a través de clásicos y otros títulos que, de una forma u otra, configuran la memoria del espectador.