Fresco aparatoso y eterno, es un enorme tríptico del desaliento. Relata la historia de Italia y, a su vez, la de la última revolución industrial en Europa.
Peckinpah sitúa en medio del desierto un amor perseguido por la derrota. Un oeste en decadencia, despojado de héroes y amenazado por la llegada del automóvil, sirve de telón de fondo para una conmovedora fábula de crepúsculos.
Trueba y Javier Mariscal crean un bello híbrido que resulta tan enigmático como crudo, tan fascinante como revelador. La película brilla en cada uno de sus misterios y en todas sus contradicciones.
Parece a una historia de Ingmar Bergman protagonizada por muñequitos. (...) una desconcertante y brillantísima obra maestra (...) La sencillez es sólo aparente.
Descabellada, febril, irresistible y un desastre. Todo al mismo tiempo. Pero, ¿es buena o es mala? La respuesta es que no hay una clara definición; no es una película convencional, es algo diferente. Y ese hecho, aunque solo sea porque nos lleva a cuestionarnos, es algo positivo. De hecho, muy positivo.
Hay películas que, por su pura extravagancia, logran fascinar. Presentan efectos especiales inenarrables. Sin embargo, hay que reconocer que, aunque existan otros delirios en el cine, este en particular destaca.
Siniestro drama rural perfectamente asistido por un peculiar y nunca confuso manejo del tiempo cinematográfico. Sin duda, la ópera prima más cautivadora que ha dado el cine español reciente.
La nueva versión es simplemente distinta y, en mi opinión, inferior. Presenta un friso de dolor y alegría, que resulta llevadero y, en ciertos momentos, ridículo, aunque siempre está perfectamente coreografiado.
Es una película que se enfoca en replicar gestos ya conocidos y repetidos en múltiples ocasiones; el resultado se siente tanto simplista como exagerado. Sin embargo, es indudablemente entretenida.