La perfección de 'The Grand Budapest Hotel' ofrece una inmersión tanto divertida como intensa en las profundidades de la melancolía. Es una manera de hacer cine que resulta sencillamente única, contradictoria e irresistible.
Es un trabajo preciso que destaca por su corrección. Sin embargo, el uso excesivo de circunloquios, demoras y repeticiones disminuye la fuerza de una película que aspira a ser profunda.
La película, como los últimos trabajos de Loach, admite pocos matices. La puesta en escena se reduce al punto del absoluto pragmatismo y la esquematización de los personajes alcanza por momentos la caricatura.
Hillcoat rinde homenaje al cine de gangsters en 'Sin ley', de manera tan precisa como fríamente desapasionada, lo que resulta en un extraño terreno intermedio que ni entusiasma ni molesta.
Una puesta en escena carente de energía, rutinaria y desorganizada, donde el magnetismo del gran Duvall se ve eclipsado por las lamentables características de un telefilme, que destaca únicamente por su torpeza.
Meticulosa dirección artística y banda sonora de jazz apabullante para hilvanar un relato fragmentado alrededor de dos vidas erráticas y un mafiosos dicharachero. Altman radiografía la primera de sus miradas. Allí donde habita el riesgo.
Excursión por las miserias de la guerra civil. El sólido libreto y las no menos enérgicas interpretaciones conducen de forma sincera una crónica cálida, cercana y profunda de una derrota.
Deliciosa comedia con todo el sabor del mejor cine de Bogdanovich. La pequeña Tatum debuta y se gana un lugar de privilegio en el más cuidado de los rincones.
McLagen deja el western y se empeña en un adusto melodrama de ex convictos y callejones sin salida (cosas de los años treinta). Lo mejor: un Stewart entregado al noble arte de arrasar. Entretenida.
Obra maestra. Pocas películas describen de forma tan precisa la culpa de un país (Italia) y un continente (Europa) incapaz de reponerse a cada una de sus miserias, sus complicidades, sus fascismos.
Éxtasis y fascinación de una obra maestra que hace ¡boom!. Nolan toca el cielo con un magnético y subyugante ejercicio de cine tan espectacular como íntimo y reflexivo.