Tan convencional como finalmente hasta intranscendente. Es difícil sacudirse la idea una vez acabada la película de que todo lo visto sea algo más que anécdota.
Se olvida de buena parte de los logros de la entrega anterior y regresa al tono correcto y espectacular de las primeras películas. Dinklage, el mejor villano en tiempos.
Soderbergh regresa a desorientarnos y utiliza su enfoque cerebral y analítico en una trama simplemente torrencial. Michael Douglas, en particular, y Matt Damon ofrecen actuaciones tan impecables que resultan impactantes.
El problema, desde luego, no es ni la impecable realización del director ni la acertada y honda interpretación de Mia. La película navega erráticamente entre la indefinición, en la mayoría de las ocasiones, y momentos de emoción.
La cinta se mantiene en un término medio que ni suma ni resta. El director simplemente sigue las convenciones del género con la eficacia necesaria, pero no logra encontrar la esencia de una historia que ha sido repetida en numerosas ocasiones.
Un 'thriller' eficaz que aborda la liberación y sus dificultades; una comedia brillante que explora Hollywood y sus delirios pasados, y un drama, que resulta ser la parte más débil, sobre las penurias de un padre.
Pocas películas recientes inician de manera tan prometedora. Sin embargo, la película termina convirtiéndose en una serie interminable de imágenes que, aunque enérgicas, resultan histéricas y se acercan peligrosamente a la arbitrariedad.
Con un soberbio guión, el director consigue lo más difícil: que el simple documento se convierta en tragedia. La denuncia social fondea en el poema trágico.
El deslumbrante inicio y el impresionante cierre logran compensar gran parte del trayecto monótono que transcurre en el medio. Sin embargo, el principal inconveniente radica en la falta de enfoque.
Soberbia deconstrucción de la historia de la Cosa Nostra. Es la historia transfigurada en tragedia clásica gracias a la maestría de un cineasta excepcional.
La película presenta una estructura alternativa e inconstante, manteniendo un delicado equilibrio entre la sorpresa y la pretenciosidad. Sin embargo, lo que se muestra es tan peculiar, surrealista y desesperado que, al final, es imposible no posicionarse a su favor.
Equilibrada, reflexiva y hasta brillante, la película mantiene la voz profunda, arrebatada y ligeramente onírica de la obra anterior de su director, aunque de una manera más domesticada y menos centrada en la postura.
Relato que vibra, que se ofrece puro y perfecto en su vocacional imperfección; un relato tan profundamente ético que se diría amoral. Es una película transparente, profundamente emotiva y, justo es reconocerlo, divertida.
El problema no radica en las secuencias de acción ni en el siempre descomunal James McAvoy, sino en un argumento tan enrevesado que acaba confundiendo lo apabullante con lo simplemente aturullado.