Éxtasis y fascinación de una obra maestra que hace ¡boom!. Nolan toca el cielo con un magnético y subyugante ejercicio de cine tan espectacular como íntimo y reflexivo.
Bella, dolorosa y divertida reflexión sobre el arte como instrumento de supervivencia, sobre la creación como responsabilidad ante la vida, sobre la representación de lo irrepresentable.
La historia resulta ser extraordinaria y cargada de significado, pero el rigor ortodoxo y casi rígido de la puesta en escena termina siendo perjudicial. Se presenta un melodrama 'de concentración' que, aunque correcto, se siente insípido y rutinario.
Alterna momentos delirantes con una narración que se siente cuidadosamente estructurada, explorando terrenos tan originales como emotivos. Oscila entre un control casi exasperante y un aprecio por el absurdo en su forma más cruda.
Malick apabulla y decepciona a la vez, aunque es indudablemente superior a sus trabajos anteriores, que resultan muy confusos. Esta obra busca ser monumental desde el primer instante, pero peca de excesiva pomposidad.
Aquí las reglas consisten en eliminar lo que en la narración común se entiende por relato. Las reglas consisten en borrar las reglas. El resultado es un cine sonámbulo edificado sobre el misterio, sobre todo lo que oculta.
Ni el rigor de una puesta en escena clásica ni el didactismo a machamartillo logran transmitir la gravedad y dimensión de este tríptico inmenso, que resulta angustiosamente descomunal pero, al final, fallido.
Newell dirige la que posiblemente sea su obra más representativa del estilo británico, logrando adaptar el bestseller de Barrows y Shaffer con gracia y soltura, aunque de la manera más predecible.
Pese a los esfuerzos de la actriz [Thierry] por matizar cada uno de sus padecimientos, la película se niega a ninguna otra gradación que no sea su propia gravedad. Dolor por dolor. La pomposidad [...]
Una película concebida para impactar visualmente. Cada escena es una explosión que contrasta con el supuesto espíritu pacificador del protagonista, resultando así sumamente reveladora. Logra un complicado equilibrio entre la provocación y el delirio.
El problema de la propuesta es su conformidad vacía con la rutina. Thompson, Gleeson y Brühl se dejan llevar por un melodrama triste y superficial. Esto, en realidad, provoca el llanto, aunque no por las razones que se pretendían.
No solo carece de claridad respecto a lo que ya se conoce, sino que oculta y disfraza su mala conciencia tras un melodrama pedagógico. Lo mejor es el indudable magnetismo de Bryan Cranston.
El principal problema es la falta de enfoque y el excesivo sentimentalismo. La película carece de esencia. A pesar de los esfuerzos de McKellen, no logra rescatarla.
'The monuments men' aburre de tal manera que logra humanizar en su fracaso al casi intocable George Clooney. El guión resulta protocolario y carente de alma.
Es algo así como una especie de catarsis individual e inaccesible entre la autobiografía y simplemente histeria. En cualquier caso, extraña, desproporcionada y vocacionalmente terapéutica.
Trueba presenta una de sus obras más personales y reflexivas. Cada elemento se siente cuidadosamente equilibrado y controlado, sin exageraciones, y se mantiene alejada de gestos innecesarios o pausas prolongadas.