Es un buen 'thriller', pero sólo eso. Buen comienzo para una bonita pesadilla. Pronto, sin embargo, todo se precipita por los caminos más trillados de la rutina.
Demme se sirve de unas interpretaciones sorprendentes para elaborar un thriller de terror frío, barroco y brutal. Con estudiada precisión, el director cuadra un turbador e irónico viaje a Ios peores instintos.
Un psicópata y, de su mano, el pánico. Entre la intriga, el drama romántico y, ya puestos, la comedia, una cinta adornada con la virtud de la peculiaridad.
Docudrama, definitivamente especial. La propuesta busca disimular la ficción, permitiendo que la realidad resuene y que las particularidades no se presenten como la excepción, sino como el estándar para entender nuestro entorno.
Brutal, enérgica y tan melodramáticamente encendida que exalta. El mejor homenaje imaginable al caos alimentado por una dirección tan enérgica como iluminada. Quizá perfecta.
Brooks vuelve a demostrar su genio riguroso, lúcido y preciso. Un reparto inabarcable y una producción no menos generosa dan pie a una deslumbrante película de aventuras.
Un delirio de unas dimensiones tan acertadas, divertidas y, por momentos, memorables que no queda otra que rendirse. Cine físico, simple, ligeramente vulgar y muy disfrutable.
No se engañen, no es comedia, aunque lo parezca. Es Almodóvar devolviéndonos, para bien o para mal, la perfecta imagen de lo que somos. Brillante. Una provocación.
De repente, la televisión se convertía en una nube tóxica. El género fantástico se transformaba en un escenario de pesadilla, que encerraba una metáfora disruptiva de la humanidad. El episodio titulado 'La constante', el quinto de la cuarta temporada, es magisterial.
Unos terroristas secuestran un avión. Si además se añade que son árabes, ya tenemos la narrativa común. La trama es atropellada y frenética, pero carece de sorpresas, dejando al espectador decepcionado.
Snipes se mantiene fiel a su estilo: ofrece una dosis de esas sorpresas que, aunque parecen inofensivas, terminan siendo contundentes. Además, el protagonista agrega chistes que no logran atraer, resultando más que molestos.
Uno observa, entre el éxtasis y el aburrimiento, cada una de las extensas y repetitivas tomas de Westworld, surgiendo diversas preguntas: ¿por qué todo se desarrolla de forma tan excesivamente grandilocuente? ¿Qué hago aquí? Sin embargo, se mantiene frente a la pantalla porque, en el fondo, intuye que está donde debe estar.
El thriller se convierte así en un corte limpio, en simple y pura paranoia tan obstinada como magnética. Lástima de ese vicio por la autopropaganda cerca de la desvergüenza del final.
La cinta se presenta como una lección rigurosa sobre la historia, enfocándose en lo que sucede tras las paredes de esa peculiar institución conformada por edificios de cristal y mesas de caoba que representa a Europa. Es una película tan reveladora como melancólica.