Osgood Perkins ofrece un notable ejemplo de terror atmosférico, claro y perturbador. Además, Nicolas Cage brilla en su papel, convirtiéndose en la pesadilla de todos.
Demme se sirve de unas interpretaciones sorprendentes para elaborar un thriller de terror frío, barroco y brutal. Con estudiada precisión, el director cuadra un turbador e irónico viaje a Ios peores instintos.
Un drama tan exagerado que intenta dar la vuelta a su premisa. Carece de la sutileza necesaria para mantenerse alejado del melodrama y, lo más preocupante, el director sucumbe repetidamente a la tentación de lo cursi.
Una reflexión sobre todos los naufragios de nuestro tiempo, cine que se alimenta de una puesta en escena teatral y que indaga con gran soltura en los mecanismos primarios y puros del propio cine.
Brooks vuelve a demostrar su genio riguroso, lúcido y preciso. Un reparto inabarcable y una producción no menos generosa dan pie a una deslumbrante película de aventuras.
Una película apasionada y frontal. Pero también es una película imperfecta que oscila entre los tensos y luminosos momentos de danza y el tosco docudrama.
Uno observa, entre el éxtasis y el aburrimiento, cada una de las extensas y repetitivas tomas de Westworld, surgiendo diversas preguntas: ¿por qué todo se desarrolla de forma tan excesivamente grandilocuente? ¿Qué hago aquí? Sin embargo, se mantiene frente a la pantalla porque, en el fondo, intuye que está donde debe estar.
La primera parte resulta tan equilibrada como concordante con las expectativas del espectador. Sin embargo, los problemas surgen al final, donde la película pierde su ritmo, se acelera y opta por un desenlace que busca la verosimilitud.
El thriller se convierte así en un corte limpio, en simple y pura paranoia tan obstinada como magnética. Lástima de ese vicio por la autopropaganda cerca de la desvergüenza del final.
La cinta se presenta como una lección rigurosa sobre la historia, enfocándose en lo que sucede tras las paredes de esa peculiar institución conformada por edificios de cristal y mesas de caoba que representa a Europa. Es una película tan reveladora como melancólica.
La idea es seguir con trazo limpio, casi pueril y siempre medido la más fracturada y horrísona de las tragedias. El resultado, por contradictorio, impresiona, conmueve y se mantiene siempre atento a los límites del pudor.
Todo transcurre en un ambiente entre autista y extraño. La metáfora opera de manera tan precisa como brillante, resultando incluso perturbadora. El inconveniente radica en que, debido a su asepsia y lejanía, 'Angelo' termina por irritar los nervios.
Sorkin se envenena de sí mismo. La entrada en la película, en caída libre, resulta sencillamente magnética. Es en el deseo de contar todo donde este gigante de dos horas y media empieza a desmoronarse.
Relato en carne viva del cine transformado en una sustancia extraña y agitada que alimenta la percepción. 'Lo imposible' se mueve en un contexto de evidente vacío. Las historias mínimas parecen estar desarticuladas y sin alma, flotando en la inmensidad de la ola.