Deliciosa, divertida y exagerada fábula con un Hugh Grant tan diminuto como descomunal. La Navidad buscaba una película y la ha encontrado, recubierta de chocolate. ¿Qué más se puede pedir?
La última maravilla de Pixar. Nunca antes la animación se había atrevido a tanto gracias a una película que es, como se ha comentado, una pieza de jazz profunda, delicada y perfectamente ejecutada.
Simpática, bienintencionada y con un Jack Black en estado de gracia, pero, definitivamente, nada que ver [con 'Jumanji']. La idea de actualizar la mitología es, en un condescendiente sentido de la palabra, resultona.
Un equipo infantil de hockey no hace otra cosa que perder. Llega un nuevo entrenador y... para qué queremos más. Disney y las cosas de la alegría de vivir. Nada grave.
De la mano de un más que cautivador Milland (el villano), la factoría Disney propone un cuento fantástico tan cálido y efectivo como sinceramente divertido.
La película fusiona un naturalismo áspero con una perspectiva que es a la vez cálida, lírica y dolorosa. Es una narración que destaca por su elegante sensibilidad, incluso en su crudeza. Resulta brutalmente sincera.
Se hace grande a cada paso que da. Arrastra toda su tristeza hacia un lugar inidentificable que se acerca demasiado a la comedia. Por eso, su crueldad. Por eso, su lucidez.
Entre el 'thriller' emocional y la ciencia-ficción poética, se queda en espiritualismo de garrafón, con una puesta en escena tan amanerada que se vuelve definitivamente agotadora.
La película avanza con tanta solidez como, admitámoslo, rutina. A favor, la intensidad fuera de duda de los actores y el guión de hierro; en contra, el efectismo.
El problema radica en convertir cada plano en metáfora de nuestros días. Este recurso se repite con una insistencia tan agobiante que termina desactivando las legítimas aspiraciones de una película que, aunque salvaje por fuera, está perfectamente domesticada por dentro.
Es a la vez un cuento de terror, un drama psicológico y la más sofocante aproximación a Hitchcock a través de Haneke del cine reciente. Dicho así suena tremendo y, en efecto, es tremendo. (...) Una especie de brutal fábula para el desasosiego.
La primera mitad resulta convincente y, en ocasiones, deslumbrante. Sin embargo, el director elige enfocarse en tautologías evidentes, lo que lleva a la conclusión de que la charcutería no constituye un drama.