Se hace grande a cada paso que da. Arrastra toda su tristeza hacia un lugar inidentificable que se acerca demasiado a la comedia. Por eso, su crueldad. Por eso, su lucidez.
Una película perfecta como un palíndromo. La piel de la pantalla se eriza en un escalofrío tan delicado, tan cálido, tan sorprendente que todo se quiere diferente.
Entre el 'thriller' emocional y la ciencia-ficción poética, se queda en espiritualismo de garrafón, con una puesta en escena tan amanerada que se vuelve definitivamente agotadora.
El problema radica en convertir cada plano en metáfora de nuestros días. Este recurso se repite con una insistencia tan agobiante que termina desactivando las legítimas aspiraciones de una película que, aunque salvaje por fuera, está perfectamente domesticada por dentro.
La primera mitad resulta convincente y, en ocasiones, deslumbrante. Sin embargo, el director elige enfocarse en tautologías evidentes, lo que lleva a la conclusión de que la charcutería no constituye un drama.
Pausada, casi en silencio, el director propone una minuciosa exploración de este tiempo que vivimos, marcado por la ausencia y la falta de sentido. ¿Resulta absurdo? Sin duda lo es. Sin embargo, es inmejorable y cuidadosamente absurdo. De otra manera, se vuelve esencial.
Lee vuelve a destapar el frasco de la provocación, el compromiso y el genio no discutido. (...) El desarrollo convence con una galería de personajes guiados con mano firme, humor y credibilidad. El final, sin embargo, desconcierta.
Primera y acertada película del reivindicativo, brillante y arrogante Spike Lee. Muchos recursos, incluidas algunas escenas oníricas en color, pero con pocos medios. Una anticipación de lo que está por venir.
Una brillante comedia filosófica a la italiana. Sin embargo, existen problemas, y uno de los más destacados es el constante intento de parecer extremadamente inteligente en cada uno de sus pasos.
Extraño y deslumbrante cuento trascendental disfrazado de drama adolescente. Sin duda, una película que generará controversia y que provocará sufrimiento.
El arsenal desplegado de incorrección política presenta momentos límite que resultan sencillamente disfrutables. Sin embargo, las concesiones a lo que se considera comercial, en su versión más superficial y moralizante, afectan en parte la efectividad de la crítica.
Superproducción española tan aparatosa e irregular como, al final, cargante. La brillante secuencia inicial pronto se pierde en un tráfago de gestos desmedidos. Eso sí, puestos a naufragar, que sea a lo grande.
La genialidad antiartística de Quentin Dupieux descompone la personalidad del pintor, ofreciendo una comedia delirante, autorreferencial, inclasificable y hasta daliniana.
Gerardo Herrero sorprende con una claustrofóbica reflexión sobre el machismo, un brillante ejercicio de estilo y producción. Es una película que se vive de principio a fin en un único aliento.
Es un material altamente inestable que solo requiere de una actriz profundamente inquietante. Y aquí, Huppert muestra una sustancia adictiva que convierte cada uno de sus trabajos en una amenaza semántica.