Road movie tan pendiente de los detalles absurdos como perspicaz a la hora de dibujar metáforas, gana cuando se vacía de retórica y pierde cuando cruza la línea, también delgada, que la acerca a la impostura del melodrama.
Mucho ruido, poco cine. Se presenta una visión de la realidad en la que los villanos son extremadamente malvados, completamente corrompidos por el dinero, mientras que los héroes se muestran de manera solemne y excesivamente buenos.
La cinta es una auténtica bomba contra cualquier amago de optimismo. Y eso viniendo de un griego es mucho. Tan brillante como desoladora. Pocas veces se disfruta tanto las ganas irrefenables de suicidarse. Así de salvaje.
De la mano de un más que cautivador Milland (el villano), la factoría Disney propone un cuento fantástico tan cálido y efectivo como sinceramente divertido.
Se hace grande a cada paso que da. Arrastra toda su tristeza hacia un lugar inidentificable que se acerca demasiado a la comedia. Por eso, su crueldad. Por eso, su lucidez.
El documental es un viaje y una definición conmovedora. Es sorprendente observar de cerca el rostro iluminado de dos hombres que se agradecen mutuamente de manera constante.
Superproducción española tan aparatosa e irregular como, al final, cargante. La brillante secuencia inicial pronto se pierde en un tráfago de gestos desmedidos. Eso sí, puestos a naufragar, que sea a lo grande.