Fuller juega a la confusión con una metáfora tan diáfana que admite pocas literaturas. El resultado, polémicas aparte, es un thriller con indiscutible mordiente.
Fresco aparatoso y eterno, es un enorme tríptico del desaliento. Relata la historia de Italia y, a su vez, la de la última revolución industrial en Europa.
Parece a una historia de Ingmar Bergman protagonizada por muñequitos. (...) una desconcertante y brillantísima obra maestra (...) La sencillez es sólo aparente.
Descabellada, febril, irresistible y un desastre. Todo al mismo tiempo. Pero, ¿es buena o es mala? La respuesta es que no hay una clara definición; no es una película convencional, es algo diferente. Y ese hecho, aunque solo sea porque nos lleva a cuestionarnos, es algo positivo. De hecho, muy positivo.
Hay películas que, por su pura extravagancia, logran fascinar. Presentan efectos especiales inenarrables. Sin embargo, hay que reconocer que, aunque existan otros delirios en el cine, este en particular destaca.
La última y quizás más desvergonzada explicación de sí mismo. Una preciosa y preciosista película de espías el más enfermizo monumento al egocentrismo.
Minnelli consigue convertir la más ridícula y endomingada historia en un trabajo exquisito para contemplar con una sonrisa. El director transforma lo trivial en necesario, ofreciendo una exposición de nostalgia que resulta imprescindible.