Sean Penn se convierte en una parodia de sí mismo en esta película, que encuentra en la exageración su forma natural de estar en el mundo. Una auténtica sobreabundancia.
La propuesta de Martone carece de sutilezas. El problema fundamental es la seriedad forzada de cada plano y la búsqueda de una importancia que no logra alcanzar. Se trata de una película tan obsesionada con su propio valor que termina siendo solo triste.
Pixar se simplifica para recordarnos el mejor verano de cualquier vida. Casarosa logra, sin renunciar al legado y la historia de la firma, encontrar un espacio que es a la vez el de todos.
Scorsese, más sabio que nunca, coloca su película más equilibrada y honda al lado justo del corazón de su personaje principal. Su obra maestra es calculada, geométrica y casi perfecta.
Por la claridad y sutileza del planteamiento, se antoja innecesaria la torpeza en el dibujo grueso de algunos personajes que lastran buena parte de los muchos logros de esta tragedia cegadora e insomne.
Un brillante guión enfrenta dos perspectivas sobre el papel de la religión en la actualidad. Es una cinta que se sostiene, principalmente, por dos interpretaciones memorables.
Eastwood ensaya el experimento de ser más él mismo que nunca. La mala noticia es que no le sale un confuso, retórico y algo predecible gazpacho donde todo se mezcla, un antidocudrama, con perdón, tan engolado como finalmente fallido.
Estamos ante una comedia con todas sus consecuencias, tan amarga y desesperada que solo se puede reír. Sin duda, es la película del año que querrás ver y volver a disfrutar.
El pulso de la película se mantiene en el límite exacto entre la comedia más obvia y el drama más formal, presentando un folletín de fácil digestión, emotivo e instantáneo.
Con un uso sabio, aunque algo evidente, de los tiempos, el director logra crear una película enternecedora y hábil, aunque en realidad no es muy exigente.
Una turbadora, oportuna y muy brillante reflexión sobre lo que somos. Es una película tan alejada del propio universo de Gracia Querejeta como reveladora.
El problema en esta comedia que parodia los mecanismos de la vejez es la falta de sentido de la medida. Se rinde a una abigarrada colección de lugares comunes con la única y discutible virtud del alboroto.
El director vuelve a insistir en las claves de antaño para ir más alto, más lejos... y peor (...) si se supera la prueba (es cuestión de resistencia y una buena siesta antes de la proyección), la sensación que queda es tan agria como violenta, tan lúcida como hiriente.