Casas, matizado entre la indefensión y el encanto, ofrece una interpretación tan poderosa que se olvida que el resto del elenco carece de personajes con los cuales conectar.
Es una propuesta modesta y bien narrada que ayuda a construir un personaje encantador, lo que la convierte en una recomendación sólida para un público inteligente.
El flipino narra esta historia real con la velocidad de un filme de acción, pero además con la habilidad de un agudo observador de las relaciones humanas. El resultado es una película inteligente.
Lo mejor: Nerea Camacho. Lo peor: el casi risible montaje paralelo final, que resulta en una cruda disección de la mentalidad religiosa impregnada de integrismo.
Si se está tan seguro de que lo presentado es fiel a la realidad, debería eliminarse el uso de seudónimos para los personajes verdaderos. La película, aunque revela algunas verdades, también incluye mentiras; más específicamente, oculta detrás de las palabras de ciertos personajes juicios sumarios, lo que lleva a que el ministro del Interior, para
En el ring, la película gana fuerza y consistencia. Sin embargo, lo demás resulta superficial, se siente como una trama manipuladora, llena de clichés sobre la búsqueda del heroísmo.
Durante la primera mitad del metraje, la película logra entretener y brindar momentos de alegría. Sin embargo, a medida que avanza y la trama se vuelve más densa, comienzan a surgir problemas. Esto se debe al guión, que presenta una peripecia excesivamente ideologizada.
Con un sentido del ritmo y de la elipsis ajustado, preciso y dinámico al mismo tiempo, se mantiene el interés a lo largo de toda la proyección. Es una película valiente, ya que representa una apuesta personal por un personaje y un entorno poco explorados en el cine español.
Cruce entre el cine de gran espectáculo y un deseo de reconstrucción filológica y respetuosa con los rastros del pasado, el filme gustará a los amantes de los efectos especiales y los mensajes simplistas.
Cortés maneja la volátil y compleja materia narrativa de esta peculiar ópera prima con gran solvencia y un pulso seguro. Se apoya en un guión eficaz y cuenta con un reparto excepcional.
Todo está aquí claro: quiénes son los buenos, quiénes son los malos, y el resto sencillamente no está. Un discurso de vuelo corto, cargado de buenas intenciones, rodado con funcionarial eficacia.
Tiene muchos puntos fuertes a su favor: la situación de partida, una minuciosa construcción psicológica de los personajes, la creación de un ambiente cerrado, asfixiante y angustioso que es lo mejor de la película. Sin embargo, el resto es más que cuestionable. La historia de amor culmina en una resolución absurda, y el final resulta tan estridente
Cuidado álbum de imágenes, donde la pasión se manifiesta en cada instante, pero cuya realización, por ser tan convencional, la termina por sofocar. Es una película tan cerebral como formalmente correcta, tan predecible como vacía, pero seguramente satisfará a quienes disfrutan del cine histórico y a los admiradores de Binoche, que son muchos.
Un soberbio ejemplo de cine clásico, este filme puede parecer sencillo, pero en su interior es inmensamente complejo, vibrante y sorprendentemente contemporáneo.
Apasionante y, al tiempo, crítico; respetuoso y a la vez esclarecedor, se recomienda a cualquier cinéfilo de pro que decida meterse en la piel del director más laureado de la Historia del Cine mundial.
Un retrato con muchas aristas, un personaje cercano y querible, un documento en el que el trabajo del artista y el perfil humano se dan la mano con esclarecedora limpieza.
Una biografía honesta. La razón principal por la que De-Lovely perdurará en la memoria es su competente producción y su intención de ser auténtica. Es una película fascinante para aquellos que aprecian la música de Porter.
Un film entretenido, que utiliza con sabiduría la espectacularidad, que muestra un endiablado dominio del montaje y que se deja ver sin dificultad, aunque, eso sí, a condición no ver en él más que un producto de aventuras para pasar un buen rato, y nada más.