A partir de una premisa dura, esta película logra despertar resonancias inesperadamente dulces donde esos otros factores, los detalles que humanizan y le dan profundidad a lo real, resultan fundamentales.
Lo que hace la película brillantemente es compartir esa desubicación de comunicación en la familia y esa búsqueda de explicaciones en un mundo que estalló en pedacitos.
Esta película, ambientada en 1962, evoca los melodramas de la época dorada de Hollywood. Posee una elegancia distintiva y se centra en relatos de amor marcados por emociones no expresadas y desafíos exteriores.
Vermut consigue un resultado sorprendente, al capturar con gran sobriedad el melodrama clásico de Hollywood a través de un mundo lleno de vestidos brillantes y pasiones intensas entre celebridades y sus admiradores, así como las relaciones entre madres e hijas.
En un tiempo donde predominan los crímenes cibernéticos, resulta reconfortante observar a mafiosos que se chismean, beben y comen, asesinándose entre ellos. Esta percepción genera la sensación de que, incluso en el ámbito del crimen, el mundo ha sufrido cambios profundos.
Damon Lindelof, reconocido por su trabajo en Lost, destaca las relaciones entre el pasado y el presente. Esto lleva a considerar nuestra realidad a través de la singularidad de estos héroes con capas y máscaras.
Las redes sociales muestran dos aspectos contrastantes: por un lado, son espacios que permiten a personas desconocidas conectarse a través de intereses comunes, y por otro, se convierten en escenarios para comportamientos exhibicionistas.
Halla una salida al reencontrarse con el rap y los duelos verbales que disfrutaba en su época escolar. Sin las exigencias del teatro, el rap se convierte en un medio de expresión rico e inmediato.
Con elegancia y astucia, esta película crea un hechizo único, sumergiéndonos en la complejidad de la selva y explorando el tiempo en espiral que a menudo aparece en nuestros sueños.
El origen en una novela gráfica se refleja en los personajes estilizados y los giros argumentales. Su clara noción del bien y el mal hace que la atención se dirija hacia lo importante: las peleas y matanzas, que son especialmente grotescas.
Este clásico del cine de acción cumple 26 años y, al volver a verlo, me pareció vibrante. Aunque hay escenas de acción complejas y bien coreografiadas, lo más fascinante es cómo comprendemos que los dos protagonistas tienen una conexión esencial.