La premisa de esta película es tan escandalosa y atípica que habría dado para uno de esos melodramas exagerados, llenos de gritos y expresividad, la directora francesa Anne Fontaine en su primera película en inglés es el del buen gusto y el control.
La película retrata de manera sencilla ese momento incierto en el que estos jóvenes universitarios, que parecen haber envejecido prematuramente, deben decidir cómo continuar con sus vidas.
Lo conmovedor es la fragilidad física y psicológica que transmiten los muñecos. La ilusión momentánea de que sí es posible salir, es la puntada final en la profunda tristeza de esta película.
Con escasos diálogos, tomas prolongadas y actores con pocas expresiones, la obra transmite una sensación de irrealidad, como si se tratara de un sueño en el que acontecen pocos eventos.
Este documental, con su belleza, intensidad y atención al detalle, nos aleja de preguntas fundamentales sobre la relación entre los seres humanos, el clima, los espacios y los animales.
Usando una fotografía austera en blanco y negro, el director francés François Ozon adapta y expande una obra teatral antibélica que privilegia las incertidumbres sobre la claridad moral.
Hay algo notable en la manera como Haynes va uniendo los dos momentos, potenciando los encuentros de cada niño y subrayándolos con la música de Carter Burwell, pero es un logro más intelectual que emocional.
Lo monstruoso aquí es una insaciable sed de lucro que busca devorar el mundo por completo, sin dejar rastro. Tras casi tres horas de duración, esta avaricia se torna aún más palpable y escalofriante.
Como los ejercicios de Terrence Malik, este drama se sintoniza con personajes más inclinados a rumiar sus pensamientos que a actuar, y localiza destellos de poesía en los entornos cotidianos.