Lo monstruoso aquí es una insaciable sed de lucro que busca devorar el mundo por completo, sin dejar rastro. Tras casi tres horas de duración, esta avaricia se torna aún más palpable y escalofriante.
La segunda película de Angelina Jolie como directora presenta una serie de clichés optimistas, aunque está bien fotografiada, sobre el triunfo del espíritu humano ante la adversidad.
Más que una revisión crítica de las dinámicas del arte, es un esfuerzo por mostrar cómo las búsquedas internas y personales se pueden alinear con el éxito comercial y el reconocimiento institucional.
El director Pablo Larraín muestra su agudo sentido del humor en esta película, la cual se presenta como uno de los retratos más complejos de un artista en el cine reciente.
En este caso, las imágenes y la música resultan excesivamente convencionales, lo que impide generar una verdadera incomodidad o profundizar en el sufrimiento de su protagonista.
La serie presenta un formato típico de Netflix, con episodios que terminan en momentos clave para fomentar el maratón de visualización. Aunque esto pueda parecer cuestionable, resulta inevitable sumergirse en ella de manera voraz y acelerada.
Con exilios, separaciones y reencuentros, un jazz exquisito y un final que se siente precipitado, Pawel Pawlikowski hace evidente que esos amores que Szymborska imaginó existen con la fuerza suficiente para intentar sobreponerse a las zancadillas de la historia o del destino.
La fuerza de la prosa de Rosario Castellanos otorga un profundo significado al drama. La película entrelaza diferentes períodos para evidenciar las expectativas desiguales que se imponían a hombres y mujeres en esa época.
Hace un recuento juicioso, pero no se detiene a problematizar la visión simplista y binaria que implica considerar la vida únicamente en términos de ganadores y perdedores.