El cine de Hogg se caracteriza por el uso de elipsis y fragmentos, desafiando al espectador a interconectar una serie de elementos que parecen neutros, permitiéndole el placer de reflexionar y reconstruir la narrativa, en un ejercicio que, aunque complejo, resulta muy gratificante.
La película presenta actividades paranormales de manera ingeniosa y con pocos elementos, lo que permite condensar las angustias que surgen de las injusticias que enfrentan las protagonistas.
Es uno de muchos casos donde la libertad absoluta no es beneficiosa. Habría sido mejor reemplazar un par de orgías desabridas por algo de perspectiva, para que no se quedara en la celebración vacía de un estilo de vida y unos valores igualmente vacíos.
Una reflexión sobre los peligros del poder. Lo interesante de la película es el contraste entre el poder del protagonista y su inmadurez, así como entre su mundo cerrado y lo que ocurre en el exterior.
Una crónica de resistencia femenina captura momentos vívidos de la amistad entre estas mujeres, que crean entre ellas un lugar en el que resulta posible la solidaridad.
Con una buena dosis de humor negro, esta película retrata a la patinadora sobre hielo Tonya Harding, mostrando una historia de competitividad extrema que revela, de manera cómica y dramática, el lado oscuro de la ambición por superar a otros.
Es una reflexión sobre el choque de mundos separados cultural e idiomáticamente que la película muestra sutilmente, sin caer en exageraciones o caricaturas melodramáticas. Película conmovedora y sutil.
Ofrece un retrato amplio de un humanista terco, lúcido y potente, convencido de las posibilidades de la conversación y consciente desde hace años de que la forma de hacer las cosas es tan importante como el resultado final.
Gracias a una vibrante fotografía a color, escenarios que parecen sacados de un sueño y unas confrontaciones tan elegantes como escenas de baile, es una muestra del cine asiático que abrió nuevos caminos para el género.