Es un desfile de rutinas desganadas, chistes gastados, una narración con saltos y cambios de tono inexplicables y mucho ruido. Al ser todo tan gratuito, el desparpajo de la primera aventura se transforma aquí en pura vulgaridad.
La presencia de un carismático protagonista como Miguel Bernardeau no alcanza para compensar los vaivenes de una nueva adaptación condicionada por los mandatos de la corrección política y algunas malas decisiones tomadas alrededor de la edición y la música.
Hay pocas ganas de salir de los lugares comunes para la creación de una atmósfera de pesadilla, ilustrada todo el tiempo por golpes de efecto visuales y sonoros.
Las mismas fortalezas que sostuvieron el regreso triunfal de Jumanji en 2017 están a la vista en esta continuación. Hay en sus artífices un confeso y visible amor por la aventura en todas sus formas posibles desde el cine.
Un par de genuinos placeres quedan como alivio: la excelencia del impresionante trabajo de los numerosos especialistas en efectos visuales y, una vez más, el gran carisma de Dwayne Johnson, quien domina tanto la acción como la comedia física.
Un relato que confía ante todo en la notable capacidad de Baumbach para captar al vuelo reacciones (sobre todo de parte de la extraordinaria Watts) y conductas que van del optimismo a la conciencia de la desventura.
Con una extraordinaria actuación protagónica de Marcelo Subiotto, la película utiliza muy bien los recursos de la comedia clásica en un atípico entorno.
Aventura ultraviolenta, llena de ironía y a la vez muy divertida. Los tres elementos se retroalimentan todo el tiempo y de esa fusión surgen algunos grandes momentos.
La película presenta chistes que probablemente resonarán más con los adultos que conocen la serie. En cambio, para los niños, regresa a un universo familiar. Estos contrastes ya los hemos observado, con mejor suerte y mayor creatividad, en la notable 'Hotel Transilvania'.
El primer mérito de esta atractiva producción israelí radica en su capacidad para clarificar lo que, en un principio, podría considerarse un planteamiento complejo, oscuro y denso, apto solo para un selecto grupo de especialistas.
La directora sortea con discreción algunos de los desequilibrios a los que ella misma decide exponerse y en los mejores momentos de un film dispar hasta consigue conmover al espectador.
Todo suena calculado, demasiado autoconsciente, como si hasta los chistes más provocativos sobre la propia realidad de Marvel y Disney tuviesen el guiño de las propias corporaciones.
Detrás de todo lo que podría resultar incómodo y desagradable hay una exaltación del mejor compañerismo, de la alegría compartida en un tiempo de penurias, de la gracia genuina que se logra a través de la comedia física.
Los actores quedan tapados y ocultos por completo detrás de un monumental dispositivo de efectos visuales, sobrecargado y ruidoso, que no funciona como herramienta sino como objetivo. Todo el clímax se resuelve a través de la tecnología.