Tiene algo perversamente atractivo, que no te suelta, que te sumerge en una pesadilla de bases pesadas, luces estroboscópicas y estupefacientes. Y Batman, como el café, cuanto más oscuro, mejor.
J.J. Abrams concluye la trilogía con un episodio que resulta aburrido e incoherente, donde la sutileza brilla por su ausencia. Se siente como el capítulo menos inspirado de toda la saga.
Goi se centra en utilizar efectos sonoros y sustos predecibles para causar miedo en el espectador. Oscuridad, movimientos bruscos de cámara, imágenes difusas y alteraciones repentinas en el volumen son sus principales recursos.
Si el espectador se abstrae del caos de una trama en la que no hay nadie al volante, al menos encontrará solaz en algún que otro momento que por delirante es mágico. La película es imprevisible y eso le otorga un encanto particular.
Sin salirse de la convención de los 'biopics', 'La corresponsal' retrata las contradicciones de una profesión tan ingrata, arriesgada y adictiva como lo es el periodismo de guerra.
Una echa de menos documentales en los que el resultado final no dependa del visto bueno del documentado, porque solo dan como resultado tediosos autoaplausos.
Bradley Cooper dirige su segundo largometraje, que también protagoniza, con el que busca revalidar su carrera hacia el Oscar con tanto ahínco que resulta hasta doloroso de ver.
Un filme poderoso donde late la verdad representa esa manera de hacer cine artesanal, casi casera, que intenta llegar tanto al epicentro de la emoción como a las profundidades de la narrativa visual.
La sugestión visual supera a la verbal y la narración se descompone para crear atmósferas que provocan sensaciones, sin la necesidad de seguir un camino claro y directo.
El director evita lecciones morales en la confrontación entre las libertades individuales, el derecho a la intimidad, la libertad de expresión y el autoritarismo de las instituciones. Nos sitúa permanentemente en el lugar de Carla.
Uno de los mejores papeles de Nicolas Cage en los últimos años. Esta película se destaca por ser sorprendente, ingeniosa, original, inesperada y aguda, ofreciendo una perspectiva clara sobre diversos temas.
Por mucho que siga siendo un divertimento gratificante y moderadamente incorrecto, la secuela, sin desmerecer, tampoco aporta demasiado y estira y recicla recursos ya conocidos y predecibles.
Divertida, agradable y reflexiva, esta obra retrata las dificultades cotidianas de la comunidad palestina. Sin embargo, opta por centrarse en los buenos sentimientos y evitar en gran medida la política.
Un divertido ajuste de cuentas arranca con una fuerza desbordante, mostrando una potencia visual que poco a poco se deja arrastrar por la languidez del discurso. Este cambio es claramente intencionado y añade profundidad a la narrativa.
Una película modesta en sus medios pero ambiciosa en su construcción de la empatía del espectador con su protagonista. Es visceral y provoca un mal cuerpo lacerante y sostenido.
El director se atreve a dar rienda suelta al estilo. Sin embargo, Fesser no acaba de rematar. Sus historias dejan una sensación de que si hubiese apretado más, el resultado hubiese sido más penetrante.
Un viaje tan sibarítico como febril y perverso. Una marcianada delirante, excesiva y provocadora. El poder del relato es infinito. (...) una maravillosa reivindicación de la fantasía y de la locura (…) Puntuación: ★★★★★ (sobre 5)