Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. 'El contador' es una película de acción tan rudimentaria como la que más, que trata de ocultar su condición bajo pretensiones argumentales que no terminan de cuajar.
Cuando ya la película ha captado la atención del público, comienza a flaquear y a caer en el mismo problema que alejó a su hijo Philippe de los últimos trabajos de Cousteau: un claro populismo impulsado por la ambición comercial.
Para hacer un buen plato no basta con tener los ingredientes. Los problemas arrancan con el protagonista, un remedo de galán carente de encanto, […] El desarrollo de la historia, esquemático y lleno de clisés, tampoco contribuye a darle verosimilitud al romance.
Ayer es tan meticuloso en la realización de cada segmento que descuida el arco narrativo de toda la historia, lo que hace que la cinta termine ganando por nocaut y no por puntos.
Las revelaciones de 'Snowden' fueron tan impactantes que deberían constituir un material ideal para hacer una película fascinante. Sin embargo, la cinta transcurre perezosamente, con escasos momentos de emoción y muy contadas sorpresas.
La balanza se inclina a favor de la película gracias a una historia bien contada, a unos estupendos personajes secundarios, y a unas escenas muy gráficas que pueden chocar al espectador sensible pero que sacan esta experiencia cinematográfica del gris promedio en el que podría haberse quedado.
Tiene la curiosa característica de querer morderse su propia cola. Aunque la cinta ataca la vacuidad de las estrellas y el público blandengue, su trama exalta el infinito poder del dinero e invoca la lágrima fácil.
La eficaz combinación de un elocuente lenguaje cinematográfico y la contundente presencia de Porfirio en cada plano sume al público en un estado hipnótico.
El talón de Aquiles se hace evidente al final, cuando Peck presenta los créditos acompañados de imágenes impactantes de los movimientos revolucionarios inspirados en el marxismo, omitiendo la representación de los tiranos y abusos que han surgido en su nombre.
Un magnífico trabajo de fotografía, ambientación y vestuario constituye el telón de fondo ideal para una cinta sobre la relación de dos artistas que superaron las divergencias que les puso la vida.
El documental culmina en una narrativa profundamente humana, estableciendo un vínculo entre nuestra rutina diaria y el mundo que no podemos ver. Esto es algo significativo.
En medio de la pobreza argumental, Clint Eastwood se enfoca en la pirotecnia de las secuencias de violencia, que resultan tan prosaicas y efectistas como los momentos de un videojuego. El resultado final fusiona un buen desempeño en taquilla con una notable irrelevancia cinematográfica.
Lo que verdaderamente impresiona del filme es el asombroso personaje que construye Daniel Day-Lewis, al caracterizar a un Lincoln que convierte los rasgos más pedestres que pueda tener cualquier humano.
Lo mejor de 'El precio de la codicia' es su estudio de las reacciones de los protagonistas ante el problema. La historia funciona por las magníficas actuaciones de Kevin Spacey y Paul Bettany, pero también gracias a caracterizaciones menos brillantes, pero muy útiles, como la de Jeremy Irons.
Funciona gracias a la destreza del guionista Taylor Sheridan y el director David Mackenzie, y a la soberbia actuación de Jeff Bridges, quien ya tiene escriturado el Óscar como actor secundario.