Tiene la curiosa característica de querer morderse su propia cola. Aunque la cinta ataca la vacuidad de las estrellas y el público blandengue, su trama exalta el infinito poder del dinero e invoca la lágrima fácil.
La eficaz combinación de un elocuente lenguaje cinematográfico y la contundente presencia de Porfirio en cada plano sume al público en un estado hipnótico.
El talón de Aquiles se hace evidente al final, cuando Peck presenta los créditos acompañados de imágenes impactantes de los movimientos revolucionarios inspirados en el marxismo, omitiendo la representación de los tiranos y abusos que han surgido en su nombre.
Un magnífico trabajo de fotografía, ambientación y vestuario constituye el telón de fondo ideal para una cinta sobre la relación de dos artistas que superaron las divergencias que les puso la vida.
El documental culmina en una narrativa profundamente humana, estableciendo un vínculo entre nuestra rutina diaria y el mundo que no podemos ver. Esto es algo significativo.
En medio de la pobreza argumental, Clint Eastwood se enfoca en la pirotecnia de las secuencias de violencia, que resultan tan prosaicas y efectistas como los momentos de un videojuego. El resultado final fusiona un buen desempeño en taquilla con una notable irrelevancia cinematográfica.
Lo que verdaderamente impresiona del filme es el asombroso personaje que construye Daniel Day-Lewis, al caracterizar a un Lincoln que convierte los rasgos más pedestres que pueda tener cualquier humano.
Lo mejor de 'El precio de la codicia' es su estudio de las reacciones de los protagonistas ante el problema. La historia funciona por las magníficas actuaciones de Kevin Spacey y Paul Bettany, pero también gracias a caracterizaciones menos brillantes, pero muy útiles, como la de Jeremy Irons.
Funciona gracias a la destreza del guionista Taylor Sheridan y el director David Mackenzie, y a la soberbia actuación de Jeff Bridges, quien ya tiene escriturado el Óscar como actor secundario.
Una película de dos horas de duración, hecha a punta de dinamita y sin una historia mínimamente interesante que la sustente, llega a ser un monumento a la repetición.
Forero adopta una perspectiva pausada y contemplativa. Ese enfoque funciona muy bien en la primera historia, pero en los otros dos segmentos, las deficiencias en la actuación y en la puesta en escena nos trasladan de la naturalidad al artificio.
Más que una historia llena de giros argumentales, 'Manchester junto al mar' es un excelente estudio de un personaje. A su destacada interpretación se suma un guion eficaz, que resalta las relaciones entre los personajes y presenta diálogos bien estructurados.
Entretiene en algunos momentos, pero en otros aburre sin piedad. Lo mejor de la película son los encuentros entre el protagonista y la viuda, unos breves pasajes donde Turturro y Paradis tratan de llevar al espectador a un mundo teñido de dulzura y melancolía.
Una cinta de excelente factura que supera en calidad a varias mega-producciones taquilleras que inundan nuestra cartelera, y que lleva al espectador a un estado de trance, aunque también lo saca de él con sus propios excesos.
A la hora del desenlace las cosas se descarrilan, de manera literal y figurada, con giros argumentales inverosímiles, redundantes, persecuciones y un desborde de violencia que termina saturando.
Con un ritmo pausado, unos planos cuidadosamente compuestos y una hermosa fotografía, Kawase convierte esta pequeña fábula en un homenaje al ritual de la cocina.
La trama es una mala imitación de una historia que intenta compensar su falta de contenido con diálogos tan grandilocuentes que resultan ridículos. Por otro lado, Bradley Cooper y el resto del elenco parecen completamente fuera de lugar en esas sofisticadas cocinas, y cuando deciden romper platos, lo único que generan es una sensación de vergüenza