Cornish compensa su falta de imaginación visual con la energía y el entusiasmo que derrocha. Es el tipo de película que encantará a los niños de 12 años y hará que los adultos recuerden con nostalgia esa etapa.
Mientras deambula entre la comedia y el drama, carece de la gracia necesaria para funcionar como una y de la profundidad para ser considerada como la otra. Además, presenta una torpeza narrativa y una tosquedad formal que se han convertido en el sello personal de Allen.
Se construye sobre una idea brillante, pero durante gran parte del metraje, ‘El Conde’ no logra ofrecer mucho más. A pesar de intentar estirar su premisa sin aprovechar completamente sus posibilidades satíricas, avanza de manera rápida, aunque carece de dirección y propósito.
Uno sale con la sensación de haber visto a Cage rindiéndose tributo a sí mismo. Y quizá el mayor problema no es que el actor no merezca un homenaje, sino que merece uno algo mejor que este.
El resultado es hiperviolento, a ratos gracioso y, por momentos, extrañamente conmovedor. Es una lástima que la película diluya su eficacia al abusar de subtramas y motivaciones personales.
Durante un tiempo, ofrece un espectáculo bastante entretenido, aunque sus repetidos intentos de mostrar sarcasmo y amoralidad resultan verdaderamente molestos.
Supone un cambio en la obra de July, porque los tics se hacen a un lado para que en el proceso afloren una calidez y una ternura genuinamente conmovedoras.
La volubilidad tonal, es cierto, por momentos parece funcionar como un fin en sí misma, y eso sin duda resta pegada dramática al periplo de Norval. Nos sumerge en una atmósfera de creciente paranoia.
Si el Hellboy de Guillermo del Toro y Ron Perlman era un niño grande, el de Neil Marshall y David Harbour es simplemente un personaje que actúa de manera impulsiva. Carece de la profundidad necesaria y presenta claros problemas de cohesión narrativa.
Se estructura como una sucesión de viñetas. Algunas de ellas son excelentes y abarcan más de lo que pretenden, pero su sátira es casi siempre hilarante.
Albaladejo desarrolla a sus personajes con trazos simples y contundentes. Las situaciones se construyen de manera abrupta y caprichosa, lo que provoca que la narrativa avance de un modo tan predecible como artificial.
La película busca constantemente alcanzar un tono grandioso y épico, recordando a ‘Fanny y Alexander’ de Ingmar Bergman. Si bien no logra cumplir con esas altas expectativas, eso no le resta valor.
Agresivamente decepcionante. Una sucesión de sangrientos actos de venganza saturados de estilización y vacíos de significado. Un deslumbrante envoltorio y nada más.
Sus peleas son exóticas, llenas de color y carecen de lógica, rozando la psicodelia. El enfrentamiento final es una manifestación pura del estilo shakesperiano.
La película ofrece algunos momentos de acción que son visualmente atractivos, sin embargo, son escasos y la trama que los conecta es tan confusa que se vuelve difícil de seguir e incluso cómica.
Si Antonioni y Chéjov se unieran para dirigir un episodio de ‘CSI’, el resultado sería este. En sus 158 minutos de duración, la película puede parecer que no sucede nada, pero en realidad, hay una gran cantidad de eventos que se desarrollan. Es una obra monumental del cine.