'Chi-raq' se asemeja a un apasionado sermón. Con un estilo distintivo, resulta genuinamente divertido y atractivo, cargado de una intensa pasión y una rabia auténtica. De una manera imperfecta, complementa a 'Haz lo que debas' de forma ideal.
Está lastrada por la falta de chistes buenos y un sobrante de atentados a la lógica, estereotipos flagrantes, gags trillados y tics estilísticos propios de 'sitcom'.
Aqueja buena parte de los excesos de sentimentalismo que marcan la obra del escritor. El director, eso sí, casi se redime gracias a la sincera empatía que muestra por sus personajes y a su modo de compensar la sensiblería tirando de humor negro.
Confirma la pericia de Garrone orquestando secuencias que basculan entre el realismo y la grotesca distorsión y que, en sus mejores momentos, evocan el cine de Fellini.
García Velilla demuestra haber superado ciertos tics y ritmos catódicos pero sus intentos de costumbrismo se ven entorpecidos por la falta de acidez y por personajes que basculan entre la carne y el hueso y la mera caricatura.
Cornish compensa su falta de imaginación visual con la energía y el entusiasmo que derrocha. Es el tipo de película que encantará a los niños de 12 años y hará que los adultos recuerden con nostalgia esa etapa.
Mientras deambula entre la comedia y el drama, carece de la gracia necesaria para funcionar como una y de la profundidad para ser considerada como la otra. Además, presenta una torpeza narrativa y una tosquedad formal que se han convertido en el sello personal de Allen.
Se construye sobre una idea brillante, pero durante gran parte del metraje, ‘El Conde’ no logra ofrecer mucho más. A pesar de intentar estirar su premisa sin aprovechar completamente sus posibilidades satíricas, avanza de manera rápida, aunque carece de dirección y propósito.
Uno sale con la sensación de haber visto a Cage rindiéndose tributo a sí mismo. Y quizá el mayor problema no es que el actor no merezca un homenaje, sino que merece uno algo mejor que este.
El resultado es hiperviolento, a ratos gracioso y, por momentos, extrañamente conmovedor. Es una lástima que la película diluya su eficacia al abusar de subtramas y motivaciones personales.
Durante un tiempo, ofrece un espectáculo bastante entretenido, aunque sus repetidos intentos de mostrar sarcasmo y amoralidad resultan verdaderamente molestos.
Supone un cambio en la obra de July, porque los tics se hacen a un lado para que en el proceso afloren una calidez y una ternura genuinamente conmovedoras.
Bong Joon-ho demuestra una vez más su habilidad para fusionar géneros tan diversos como el slapstick y el cine de terror en una misma narrativa. Su estilo visual es excepcional y tiene un talento singular para mantenernos cautivados en todo momento.
La volubilidad tonal, es cierto, por momentos parece funcionar como un fin en sí misma, y eso sin duda resta pegada dramática al periplo de Norval. Nos sumerge en una atmósfera de creciente paranoia.
Da la sensación de prestar tanta atención a sus propias idiosincrasias que a cambio desatiende aspectos dramáticos básicos como el ritmo y la estructura.
Si el Hellboy de Guillermo del Toro y Ron Perlman era un niño grande, el de Neil Marshall y David Harbour es simplemente un personaje que actúa de manera impulsiva. Carece de la profundidad necesaria y presenta claros problemas de cohesión narrativa.
Se estructura como una sucesión de viñetas. Algunas de ellas son excelentes y abarcan más de lo que pretenden, pero su sátira es casi siempre hilarante.