Un extraordinario espectáculo. Un documental vibrante y conmovedor, que actúa como un recordatorio de la sublime experiencia colectiva que la música en vivo puede ofrecer.
Edgar Wright adopta un tono más serio en esta entrega, aunque carece del elemento terrorífico. Se trata de la película más oscura de su carrera y, quizás por eso, es también la menos completa.
Konchalovsky rememora la masacre de forma impactante, pero se muestra interesado principalmente en recordar los esfuerzos del gobierno para silenciarla, y en el proceso logra generar una tensión creciente.
Melfi se dedica sistemáticamente a complacer a la audiencia con una sucesión de momentos que derrochan buenos sentimientos, pero tienden a simplificar las batallas contra el sexismo y el racismo.
Lo que originalmente era una formidable reflexión queda transformada en un melodrama predecible centrado en la relación entre padres e hijos, plagado de clichés que intentan retratar los convulsos años 60.
Hawke ofrece uno de los mejores trabajos de su carrera. Considerando la tendencia de Hollywood a convertir las biografías musicales en narraciones estereotipadas de ascenso y caída, el enfoque adoptado resulta ser un soplo de aire fresco.
Canto a la subversión. Tan provocadora invitación al espectador a cuestionar lo que ve es sin duda idónea para una película sobre un científico que predicó los males de la obediencia ciega.
Documental terrorífico y demoledor. Una demostración palmaria de lo contraproducente que la propaganda puede ser y una relevante reivindicación de la libertad de pensamiento y expresión.
Rebosa ideas que se apuntan pero no se desarrollan, personajes insuficientemente perfilados; sin embargo, esos déficits casi quedan compensados gracias, sobre todo, a la interpretación de Penélope Cruz.
Desperdicia por completo su prometedora premisa; no logra generar tensión dramática ni desarrollar personajes mínimamente complejos. En el papel del fotógrafo, Depp ofrece una interpretación excesivamente caricaturesca.
Es una película absolutamente maravillosa un fresco de una sociedad y un tiempo de modestia apabullante, y que aun así derrocha serena épica y sutil emotividad.
El cineasta en su último trabajo emplea la comedia como un caballo de Troya. Sin embargo, la inclinación hacia el sermón perjudica el desarrollo de la película.
Igual de efectiva como cine negro que como crónica social de la Argentina de los 70, ofrece un retrato asombrosamente atmosférico de un mundo infectado de amoralidad y paranoia.
Esta secuela ofrece más de lo mismo, pero en una versión más extensa, más elaborada, más dramática y cargada de momentos impactantes. En definitiva, busca alcanzar un estatus épico, y aunque podría lograrlo, no llega a la altura de su predecesora.