El trabajo de Figueres y su colaboradora en el guión es documentalmente impresionante, y nos muestran el puño y letra de una época terrible. Una huella digital admirable en la memoria de su época.
Visualmente es imbatible. La mirada del personaje es directa y algo taciturna, lo que permite una profunda conexión con su interior. Se trata de una película extensa que se experimenta como si fuera breve.
Doria intenta abarcar una gran cantidad de elementos en su narración. Un enfoque que incluya menos detalles y más sugerencias podría haber elevado la obra de manera significativa.
Película rebuscada y astuta. Los personajes secundarios son un bálsamo, ya que actúan como los raíles por los que transita, en ocasiones, ese tren descarrilado que es el protagonista.
La trivialidad, que podría ser su cara más reprochable, es precisamente lo que le otorga a esta película su envoltorio más encantador. Una comedia amable que no oculta su dureza ni se avergüenza de sus ternuras.
Demme sabe cómo se compaginan los estilos y los géneros, sabe profundizar en el drama (el drama es francamente doloroso) sin renunciar a un soportable sentido del humor.
La historia intenta ser más de lo que realmente es, presentando un matiz de falsedad que poco logra inquietar y apenas provoca repugnancia. Aunque cuenta con un hermoso final, es necesario sobrellevar un nivel de desgana hasta alcanzarlo.
El montaje y el desarrollo son adecuados, ya que permiten que la intriga fluya entre la ironía y la perplejidad. Ferguson logra que incluso el más desinformado pueda seguir la historia.
Lo importante es ponerse a su altura y disfrutar de la creatividad y la potencia visual que presenta. Se trata de una película de la que uno sale igual que entró, aunque con una perspectiva más liberal acerca del multiverso.
El director y guionista incorpora el elemento sobrenatural de una manera arbitraria, lo que provoca que la coherencia histórica se resuelva de cualquier forma. Sin embargo, hay que reconocer que la producción es destacable y Lydia Bosch logra brillar en su papel.
Todo es potencia visual, estilo y desconcierto. El tratamiento de la acción, la ambientación y la violencia invita a que el interés se desplace desde el sentido común al sentido especial.
Resnais convierte con absoluta maestría y delicadeza la subversión en comprensión. No es, claro, una comedia para partirse de risa, sino más bien para enroscarse en ella.