Doria intenta abarcar una gran cantidad de elementos en su narración. Un enfoque que incluya menos detalles y más sugerencias podría haber elevado la obra de manera significativa.
Película rebuscada y astuta. Los personajes secundarios son un bálsamo, ya que actúan como los raíles por los que transita, en ocasiones, ese tren descarrilado que es el protagonista.
La trivialidad, que podría ser su cara más reprochable, es precisamente lo que le otorga a esta película su envoltorio más encantador. Una comedia amable que no oculta su dureza ni se avergüenza de sus ternuras.
Demme sabe cómo se compaginan los estilos y los géneros, sabe profundizar en el drama (el drama es francamente doloroso) sin renunciar a un soportable sentido del humor.
La historia intenta ser más de lo que realmente es, presentando un matiz de falsedad que poco logra inquietar y apenas provoca repugnancia. Aunque cuenta con un hermoso final, es necesario sobrellevar un nivel de desgana hasta alcanzarlo.
Foster crea una intriga intensa, donde cada minuto cuenta. Su montaje, dinámico y ágil, mantiene al espectador en vilo, similar a un galgo esperando en su cajonera.
El montaje y el desarrollo son adecuados, ya que permiten que la intriga fluya entre la ironía y la perplejidad. Ferguson logra que incluso el más desinformado pueda seguir la historia.
Podría reprochársele al director, Peter Segal, su tentación de «telefilmizar» su historia con varios hilos argumentales que rebajan los ácidos de esta cosa tan graciosa sin más, pero sin menos.
Lo importante es ponerse a su altura y disfrutar de la creatividad y la potencia visual que presenta. Se trata de una película de la que uno sale igual que entró, aunque con una perspectiva más liberal acerca del multiverso.
Un guion funcional que presenta numerosas escenas emocionantes y visualmente impactantes. Es importante no dejarse llevar por apariencias; es necesario disfrutar de lo que ofrece en cuanto a artificio y convencionalidad, ya que, al igual que en anteriores entregas, no se menciona a Esquilo.
Con enorme armonía visual y poesía interior, es una pequeña joya sobre los lazos, las riendas y el mantener el equilibrio en la vida, explorando el camino entre saltos y tropiezos.
El director y guionista incorpora el elemento sobrenatural de una manera arbitraria, lo que provoca que la coherencia histórica se resuelva de cualquier forma. Sin embargo, hay que reconocer que la producción es destacable y Lydia Bosch logra brillar en su papel.
Casi dos horas de primeros planos y al final, cuando llegamos a la meta, ni siquiera nos esperaba un reconocimiento a los cuatro desafortunados críticos del Festival de Venecia que quedamos.
Un cine singular, dialéctico, que reclama debate y que no tiene escrúpulos en proporcionarle al espectador tanta reflexión como perplejidad, hastío o aburrimiento.