Con la cuarta película, la franquicia de animación Ice Age parece casi extinguida. La trama carece de la frescura y el ingenio que la caracterizaron en sus inicios, y aunque algunos personajes siguen siendo entrañables, la historia no logra mantener el interés del espectador como lo hicieron las entregas anteriores.
Una apuesta muy sólida. Pero aunque corra el riesgo de parecer poco patriótico, es una película bastante normalita que carece del estilo y de la originalidad de obras como 'Toy Story'.
La animación rotoscópica aporta a esta versión de la historia de Władysław Reymont un toque visual intrigante; sin embargo, las actuaciones y el tono no logran igualar la calidad de los efectos visuales.
A veces, parece una obra de teatro de la televisión clásica, filmada en un solo escenario. Sin embargo, el resultado final emana rigor, claridad y vida.
Una obra consistente y profunda, interpretada con precisión y urgencia, que presenta escenas de campo de batalla donde las elaboraciones digitales se integran de manera magistral en la acción. Siempre rinde homenaje a su temática.
Toda la furia y sufrimiento de la guerra nunca se hace patente del todo. Hay interpretaciones inteligentes aquí, pero la película queda opacada por la piedad.
Un chorrito de jarabe de preciosidad y buen gusto cubre esta empalagosa película sobre el pintor Pierre-Auguste Renoir (Michel Bouquet) y su hijo, el cineasta Jean Renoir (Vincent Rottiers).
Da la impresión de ser un especial de Navidad intensamente edulcorado. Es decididamente excesiva, pero he de admitir que también resulta muy divertida.
Tiene una crueldad impactante y una belleza cautivadora. Grabada con maestría por Thornton, quien no solo dirige, sino que también se encarga de la fotografía.