La película establece paralelismos entre las dificultades de los trabajadores polacos inmigrantes en Noruega y la homofobia que enfrentan dos jóvenes amantes, aunque no logra unir completamente ambas tramas.
Compuesta con fuerza y en gran parte por personajes que monologan sobre planos ilustrativos, la obra se transforma en una experiencia épica y casi sublime.
Es lamentable que Durall no logre capturar el estilo visual que esta intensa y elegante historia requiere, lo que resulta en una atmósfera que se siente monótona y algo insatisfactoria.
Una trama absurda y febril combinada con unos efectos poco convincentes y un gore exagerado hacen que este horror de cocodrilos se disfrute en pequeños bocados.
Inquietantemente enigmática en su narración, con un formalismo muy controlado, se presenta como un estremecido grito por Ucrania y al mismo tiempo una leve declaración de que la esperanza aún existe.
No logra ser creíble como drama social de los años 70 y no ofrece el enfoque de thriller urbano que promete. Se siente más como una mezcla torpe, aunque tolerable, de ambos géneros.