Está hermosamente diseñada, con una fotografía mágica y una emotiva banda sonora de John Williams que le dice al espectador lo que tiene que pensar y sentir. Es innegablemente entretenida.
El uso de la pantalla partida para mostrar escenas desde diferentes ángulos y sus elaborados planos en movimiento indican la llegada de un nuevo estilista prodigioso con un sello original.
La película refleja magistralmente las tensiones presentes en Gran Bretaña en 1951, apoyada por un elenco excepcional, una música ingeniosa de Benjamin Frankel y una fotografía en blanco y negro meticulosamente lograda por Douglas Slocombe.
La mayoría de las frases son divertidas sin sentirse forzadas, y la película se complementa con 13 temas de George Gershwin que conectan y dan inicio o cierre a las diferentes secuencias.