Abunda en momentos muy bien concebidos visualmente y que generan ese espasmo químico de inquietud sin el cual el cine de terror clásico sería cualquier otra cosa menos cine de terror.
La combinación de comedia escatológica y aventura fantástica logra funcionar solo en ocasiones, a pesar de que los actores parecen disfrutar mucho su actuación.
El punto de partida resulta interesante, aunque la narración presenta altibajos significativos y algunos actores tienden a sobreactuar. Se trata más de una película centrada en un guion ingenioso que en una dirección con un estilo teatral medido.
Muy larga para lo que cuenta, podría desprenderse de muchas secuencias en estático para concentrarse en lo que interesa, que son la docena larga de momentos de acción.
McKay combina diferentes elementos para transformar el filme en una metáfora fascinante de nuestra época. Es la esencia de McKay. Cuenta con un elenco excepcional que defiende una buena causa.
Guy Ritchie saquea Camelot. Ritchie regresa a la exageración y la provocación superficial, con una estética sobrecargada y un artificio que ha quedado obsoleto.
Algunas situaciones son muy ingeniosas y otras, aunque previsibles, funcionan con la precisión que exige la complicidad. Condensa todo lo que esperamos del cine de horror, sin defraudarnos.
Recurrir al susto permanente no es una buena opción. El retrato de la institutriz y los dos niños carece de sutileza. Sin atmósfera, sin tensión y sin gracia, ¿qué queda del hermoso texto de James?
Crea sobre todo un estado de ánimo perturbador en el que, además de las cualidades de la animación clásica, el tratamiento del sonido y la dirección de arte resultan absolutamente fundamentales.
Lo que debería ser un documental sobre un buque carguero se convierte, gracias a un enorme trabajo con el sonido y unas formas visuales dantescas surgidas de la nada, en un verdadero relato de fantasmas.
El diseño de producción y las canciones destacan notablemente. Hay una gran cantidad de buenas ideas, aunque se siente la ausencia de Roald Dahl. Además, Timothée Chalamet presenta una actuación más comedida de lo habitual.
Esta fidedigna y caligráfica versión tiene a Bruno Ganz, mito del cine alemán de los 70, en el papel del cascarrabias abuelo, pero es la niña elegida para Heidi, Anuk Steffen, quien se lleva el gato al agua.
El filme se apoya en la ambivalencia moral de un guion bien estructurado, aunque algo agotador, y en las destacadas actuaciones del cuarteto protagónico.
Una trama simpática pero mínima. A veces, el filme parece entrar en fases muertas, pero su carencia de grandes ambiciones, sumada al desempeño de todos los actores, logra mantener el interés.
El generoso metraje de 145 minutos ofrece varias oportunidades para explorar el pasado. Sin embargo, más allá de los clichés, se trata de cine de acción en su máxima expresión.
Como relato de una pasión amorosa que involucra a dos personajes antitéticos, el filme de Michaël R. Roskam resulta aceptable, pero flojea como drama criminal.
Plantea un juego ingenioso, pero atropellado. Hay más suspense que viandas selectas. Tras crear un cierto interés general, el filme se pierde en pequeñas cuitas individuales.