La película se esfuerza por desarrollar los gags manteniendo una buena construcción de personajes, que aunque sean simples, funcionan a la perfección. El proceso de despertar a la independencia emocional de esta torpe científica resulta ser sumamente entretenido.
Memorable. Un aviso, lector: si eres fan de 'Terroríficamente muertos', del cine del primer Peter Jackson o de Michele Soavi, disfrutarás de 'Rec 3' enormemente. Y parece que el propio Plaza lo ha pasado igual de bien dirigiéndola.
Apocalipsis de cartón piedra. El conflicto de la película se deriva de la literalidad de sus imágenes: todo es superficial, no hay nada por debajo de su corteza terrestre.
Es un museo de historia natural de toda su obra, un filme crepuscular, casi testamentario. Lo mejor: Su atmósfera, su imaginería y su extraño poso melancólico.
Órganos sin chicha. Violencia extrema y humor autoconsciente son un cóctel que puede dar excelentes resultados pero me temo que éste no va a ser el caso.
Nadie duda de la sinceridad de Costa-Gavras, pero el retrato que ofrece de su protagonista es, al menos, discutible. Deja una sensación de 'Margin Call' con pretensiones pseudosatíricas, en el que solo podemos experimentar empatía ideológica.
El filme resulta poco convincente al no aprovechar la riqueza semántica que podría ofrecer una diabla de apariencia intrigante, algo que podría haberse desarrollado con más profundidad a pesar de las limitaciones de su bajo presupuesto.
Si exceptuamos los puntuales delirios de grandeza, es evidente que John Michael MacDonagh ha inventado un magnífico personaje y que Brendan Gleeson interpreta con la autoridad de un actor bregado en toda clase de batallas.
Una voz en off rebosante de lirismo intenta ajustarse al tono mágico de la película, pero genera una fisura en la verosimilitud de la narrativa. Falta, por lo tanto, un poco de sinceridad que convierta esta receta exótica en un plato realmente sabroso.
Una película que regresa a las raíces del universo Balagueró, ahora fusionado con el 'mainstream', en una combinación que no siempre resulta equilibrada entre la orgía satánica y el narcothriller.
Una de las virtudes más llamativas de esta singular película es su manera de trabajar la banda sonora, que dialectiza el silencio más austero con los golpes de sonido más expresivos.
El trabajo con la plasticidad de los colores saturados hasta lo ilegible y un sonido que parece surgir detrás de la imagen, en una profundidad deslumbrante, lo sigue acreditando como un joven creador de formas al que le queda mucho por explorar.
Laurie Anderson despliega su talento como artista multimedia, ofreciendo un impresionante despliegue de poesía «free style» que se convierte en un íntimo autorretrato.
La maníaca atención al detalle de la dirección, junto con la ternura que impregna el trabajo de Chalamet, son elementos que destacan las virtudes de una película capaz de acoger al espectador con un afecto contagioso.