Es fascinante cómo el montaje refleja la memoria de esa noche. Lo más destacable es su sensibilidad al explorar las conexiones entre el duelo y la memoria en medio de una catástrofe.
Quiere ser didáctica pero también entretenida. Si, a un nivel estructural, la película está cargada de sentido, la brevedad de algunos de sus pasajes y la dispersión de sus puntos de vista, a veces la condenan al encadenado de chistes ocurrentes.
Propuesta tan áspera como notable, Leigh nos exige una identificación emocional aunque su enfoque estético y narrativo la niega. Esta tensión, lejos de resultar productiva, anula sus logros.
Es una simple reconstrucción de los hechos con tono de informe sumarial dramatizado, sin aportar nada más a lo que dieron los telediarios de la época. resulta tan interesante como leer las Páginas Amarillas.
Sexo complejo. El pudor disfrazado de condescendencia con el que podría tratarse el tema es sustituido por buenas dosis de franqueza y ternura. Hawkes hace un buen trabajo creando empatía sin caer en falsos sentimentalismos.
Una ridícula historia real de autosuperación. La ñoñería es proporcional a las toneladas de agua que inundan la pantalla en sus escenas más afortunadas.
Yimou, el chaquetero. Se busca hacer más accesible al público la temible masacre de Nanking, pero Yimou la glamuriza sin temor al ridículo. Es una pena que el desarrollo del protagonista resulte completamente inverosímil.
Una película de la estirpe de 'Erin Brokovich', aunque sin el sano escepticismo de Soderbergh y con el almibarado añadido de una relación fraternal más grande que la vida.
Redford deja de lado la oportunidad de dar vida a un conjunto rígido y sin dinamismo, que, inflado de pretensión, sostiene sus puntos de vista con la intensidad de un candidato electoral que se encuentra en los últimos lugares de las encuestas.
El resultado es sólido y convencional, aunque lo que más nos interesa son sus salidas de tono. Abraza sin complejos su condición de placer culpable y se presenta como entretenimiento popular puro y duro.
Lo más interesante de este documental no es el análisis fílmico de su obra sino descubrir sus métodos de trabajo, su tortuosa vida afectiva y sus eclécticos gustos cinematográficos.
Para los que creen que todavía hay nuevas perspectivas sobre Van Gogh, este filme ofrece una visión interesante. Lo más destacado es que Willem Dafoe logra transmitir una humanidad conmovedora. Sin embargo, se percibe cierta afectación en la estética, algo característico del estilo de Schnabel.
La sobredosis de información en la primera hora de la película resulta perturbadora y, en gran medida, innecesaria. Esta obsesiva atención al detalle lleva a que el filme caiga en la superficialidad.