Curiosa película. Empieza lenta y confusa. En cuanto los acontecimientos se precipitan, la película sube varios enteros y asume su condición de thriller romántico de espionaje con una energía insólita.
Una precuela que no ruge. Da la impresión de que el filme coloca sus piezas en posición estratégica para dar continuidad a la saga, pero es evidente que la fórmula está agotada.
El estilo de Arnold es fresco y vívido, y trabaja las formas del realismo social de un modo muy singular. La metáfora ornitológica resulta demasiado evidente.
Es más hermosa cuando retrata a la mafia en sus rituales de afirmación de una normalidad sanguínea que cuando sirve como medio para que, teóricamente, Chiara entienda a qué mundo pertenece.
Maresco parece burlarse de la serie de monstruos que tiene frente a su cámara, pero su representación de una Italia primitiva resulta ser tanto divertida como inquietante.
Kore-eda no logra capturar la esencia poética de lo cotidiano. Aunque hay una buena película en «Unimachi Diary», jamás tendremos la oportunidad de verla.
Una obra-catálogo que encanta tanto a quienes han seguido al personaje desde sus inicios como a los nuevos aficionados. Aprovecha al máximo el concepto del metaverso, ofreciendo una experiencia rica y envolvente.
No consigo entender el objetivo de Amelio. La película se caracteriza por su falta de dinamismo en la dirección. «Campo di Battaglia» parece haber llegado en un estado irreparable, arrastrándose en su propia decadencia.
Sonia Braga brilla en su papel, creando una conexión perfecta con el mundo que la rodea. Su presencia es cautivadora, y cada gesto, cada palabra y su interacción con el entorno son verdaderamente encantadores.
Llena de diálogos absurdos y personajes molestos, esta obra se rescata gracias a la actuación comprometida de Penélope Cruz, quien aporta autenticidad a una trama de telenovela con pretensiones de modernidad.
Parker Finn juega con la delgada línea entre la realidad y las pesadillas, logrando que ciertas escenas de 'Smile 2' sean realmente impactantes y memorables. La fuerza visual de estas secuencias es simplemente sobresaliente.
Un ritual de encuentros fallidos y tristes que conforman un enriquecedor retrato de personaje. No debe molestarnos la frialdad congénita de su puesta en escena, su implacable objetividad.
El filme no logra conectar ni en su aspecto cómico ni en el cruel. Su tono resulta blandengue y los personajes se asemejan demasiado a estereotipos, careciendo de la profundidad necesaria para captar la atención del público.
No todos los chistes logran impactar y en ocasiones su crudeza no se alinea con el ingenio de Atkinson. La falta de ritmo en el clímax final y la rigidez de algunos personajes secundarios evidencian que Mr. Bean no logra resonar de la misma manera fuera de la televisión.